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Al sol de la tarde era difícil distinguir entre el albiazul y el morado pucelano, pero el José Zorrilla se pareció por un día a ... Mendizorroza. Un desplazamiento masivo de la afición movió a cientos de vitorianos a Valladolid para llevar en volandas a un Alavés que selló la permanencia como si jugase de local contra el descendido rival. Oficialmente fueron menos de 400 los valientes que partieron de Mendizabala a animar al club en los autobuses fletados por el cuadro babazorro. La realidad fue otra: cientos de alavesistas cogieron el coche particular y se plantaron en la ciudad del Pisuerga para dar un último aliento a los del Chacho Coudet en su pugna por salvar la categoría.
Una imagen ilustraba mejor que ninguna el apoyo de la grada. Ni la megafonía del José Zorrilla fue capaz de hacer que se oyese más el himno del Glorioso que el del Pucela. Mientras la afición morada mostraba lemas contra el presidente Ronaldo, la marea albiazul mostró 'tifo' propio en la esquina visitante y, fuera, cientos de alavesistas animaban al equipo sin miedo a llegar afónicos hoy al trabajo.
Cánticos para empujar al Deportivo, protestas contra el colegiado Díaz de Mera, pitadas al cuadro vallisoletano... La presión que puso la banda del Glorioso en Pucela fue la propia de las grandes citas. Pero no surgió de la nada. Fue calentándose en una olla que comenzó en Parquesol y en la Plaza Mayor y acabó en las puertas del José Zorrilla.
Ya desde Mendizabala había optimismo. El resultado favorito era un 0-2 con Kike García como goleador. Un parte se cumplió, la otra se quedó corta. Aingeru y Dolerta reflejaban en la plaza Marcos Fernández, ya en Valladolid, el sentimiento de muchos alavesistas. «Hay que salir a apretar e irse 0-2 al descanso», señalaba él. «Cuando sales a empatar, pierdes», puntualizaba Dorleta.
El primero que salió con el colmillo afilado fue el jugador 12. Después de teñir de albiazul la calle, una imponente kalejira recorrió el trecho entre el punto de encuentro para la afición y el estadio. 'Ale, Glorioso, ale', 'Alavés, te quiero' y otros coros hacían parecer a esos 300 de los autobuses los espartanos de las Termópilas. Los once de Coudet salieron a morder, con Kike García listo para romper la portería de un Valladolid que llegó a defender con línea de cinco en algunas fases. Mientras, la jornada unificada demostraba una vez más que no es apta para cardiacos. El Leganés se adelantaba pronto en Las Palmas y los que decían que no había que estar pendiente del resto de duelos empezaban a buscar en el móvil noticias de otros estadios.
Pero llegó el penalti en el bendito minuto 18. 'Kikegol' apuntó, engañó al portero... y el resto fue historia. Abrazos, besos y un gol que sirvió para aplacar al Valladolid. A partir de ahí, el Glorioso reinó de la misma manera sobre el verde y fuera de él hasta cerca del minuto 60.
La última media hora, sin embargo, se hizo de rogar. «¿Pero por qué especulamos con el resultado?», se preguntaba Naroa Ibáñez en la grada. Las manos se pegaban a la cara del alavesismo con cada acercamiento rival y embravecían a la afición de un Valladolid que se veía capaz de estirar la agonía albiazul. El Glorioso supo aguantar a cara de perro y conservar los tres puntos que hicieron estallar a los que estaban en Pucela y a los que se quedaron en Vitoria. A la salida, Jesús Guerrero y José María Bravo y los pequeños Unai e Ibai ya se atrevían a soñar en grande con el año que viene. «En la próxima temporada, a por Europa», alentaba José María. El común de los mortales eran más modestos. Patxi Fernández, más joven, se conformaba «con sufrir menos». Y así, alta la frente, la expedición completa puso rumbo de vuelta a Vitoria. Con el único lunar del enfrentamiento entre seguidores de ambos conjuntos a mediodía. La Policía identificó a decenas de hinchas tras un encontronazo a botellazos sin heridos, peor con la cristalera de un bar agrietada.
Un éxtasis de ocho horas. Eso es lo que vivieron los alavesistas que se desplazaron en autobús desde el parking de Mendizabala hasta Valladolid. De la ilusión y un tímido optimismo al entusiasmo y el éxtasis tras cumplir el objetivo. Por el camino, el cóctel de emociones incluyó dosis de agobio, ansiedad y sufrimiento cada vez que el Pucela merodeaba la portería de Sivera.
A la ida, Félix Torres tiraba de prudencia y no las veía todas consigo pese a que el Alavés dependía de sí mismo. «Habrá que estar pendiente de qué hacen los demás», apuntaba antes de subirse al autocar. Cerca, Raúl y Jon García, padre e hijo, eran más optimistas. El padre confiaba en que se escuchase mucho a la grada albiazul en Zorrilla. «Que se nos oiga tanto como en Leganés. Allí se nos oía más a nosotros que a ellos», ilustraba. El joven pedía un partido «fácil».
La veteranía se mostró, de nuevo, como un grado. En el viaje hasta la capital vallisoletana, no obstante, imperó la prudencia. Los jóvenes prestaban casi más atención a las alineaciones del 'Fantasy' que a la previa. No se cantó prácticamente nada hasta que se vislumbró el estadio morado. Entonces sí: 'Esta noche, cueste lo que cueste, esta noche tenemos que ganar'.
A la llegada, parada a por refrescos, cervezas y kalimotxos que permitieron recuperar fuerzas. Pero costó lo suyo. Lo corto del resultado hizo sufrir mucho en la grada, pero bastó para celebrar después de dejarse la voz en el terreno de juego. «Esto es único. Lo pasamos mal, pero merece la pena venir para estos días», sentenciaba Ekaitz Díaz antes de subirse de vuelta a Vitoria.
En el retorno, algún cántico de júbilo, repaso a los resúmenes del partido y unas cuantas cabezadas, quizás alguna con sueños de la próxima temporada. El autobús puso todo de su parte.
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