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De un concierto de Slowdive no se espera precisamente frenesí. Sus canciones más rápidas serían las lentas de otras bandas, sus guitarras parecen máquinas de fabricar niebla sonora y, en fin, por algo la corriente a la que pertenecen fue bautizada como shoegaze, en referencia a esa mirada baja –combinación de retraimiento y de estar pendientes de sus pedales de distorsión– que daba la impresión de que contemplaban ensimismados sus zapatos. El quinteto británico no decepcionó en el Bilbao BBK Live: arrancó con 'Shanty', una especie de pasaje de acceso a su mundo, y envolvió al público en una belleza sombría, pensativa, atravesada siempre de tristeza, que quizá deje fuera de onda al espectador desprevenido –y no digamos ya al festivalero bailongo– pero resulta adictiva para el fan.
Slowdive han conseguido lo más difícil, volver después de dos décadas de ausencia, que sus fans abracen los temas de esta fase con el mismo cariño que los antiguos y que las primeras filas de sus conciertos, como el de ayer, estén llenas de jóvenes que ni siquiera habían nacido cuando empezaron, allá por 1989. En Kobetamendi combinaron muestras de las dos etapas y ambas brindaron momentos sobresalientes: el rotundo final a tres guitarras de 'Catch The Breeze', la hipnótica abstracción de 'Crazy For You', el hechizo melódico de 'Kisses' y 'Sugar For The Pill' (dos temas de su nueva etapa que se han incorporado decididamente a su selección de clásicos imprescindibles) o las delicadas guitarras de 'Slomo', con ecos de los rara vez mencionados The Durutti Column, aunque la más coreada fue una 'Alison' que ya ha cumplido los treinta años. Para despedirse recurrieron igualmente a sus bien conservadas reservas del pasado, con una 'When The Sun Hits' de desenlace enérgico.
Todo ello, como mandan los cánones del estilo, con las voces entretejidas con la masa instrumental, sobre todo cuando cantaba Neil Halstead. Y sí miraron bastante al suelo, pero también hubo cierta animación escénica gracias a Rachel Goswell (la vocalista, teclista y guitarrista de pelo bicolor), que sonreía e incluso bailoteaba con prudencia durante los extensos pasajes instrumentales, y a Nick Chaplin, ese bajista que recuerda poderosamente a Simon Gallup, de los Cure, y que cimenta como él todo el edificio musical. Ah, el sonido fue soberbio, algo fundamental en estos grupos que combinan preciosismo y ruidosas turbulencias.
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