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Carlos Cienfuegos
Miércoles, 7 de mayo 2025
- Zona despejada y las cargas están colocadas. Procedemos con la voladura.
- Pulsemos el botón rojo.
Y de repente… Una explosión y el edificio se viene abajo. Esta espectacular imagen que tenemos grabada en nuestra retina por películas, series o documentales puede transmitir una imagen de lo fácil y rápido que resulta derrumbar un edificio. También de suciedad. El polvo que se genera, los restos que se esparcen por la campa… por no hablar de la seguridad de los trabajadores que se enfrentan a colocar materiales de alto riesgo, a respirar ese aire y a recoger los restos con ayuda de maquinaria pesada. Pues esta escena tan marcada no es falsa, pero esconde muchos recovecos que hace que el trabajo complementario a esa voladura se prolongue entre 2 y 5 años, en las instalaciones de mayor tamaño. La limpieza exhaustiva de todas las instalaciones, incluidas las tuberías y depósitos que hay en las plantas industriales, de todos los objetos que hay dentro de los edificios, como mesas, sillas, ventanas…, la separación de los materiales que pueden ser reutilizables y hasta la descontaminación del suelo, en algunos casos. Sí, suena largo y tedioso. Lo saben bien en Lezama Demoliciones, una empresa nacida hace 30 años que se dedica al desmantelamiento y demolición de edificios, principalmente industrias químicas y centrales térmicas.
Solo el año pasado la compañía reutilizó la friolera de casi 70.000 toneladas de residuos. «Nosotros empezamos con las limpiezas. Por ejemplo, en una planta química hay muchas instalaciones que han contenido sustancias y compuestos que hay que purgar, inertizando las mismas. Lo mismo con las tuberías y calderas u otros elementos que forman parte del complejo. Además de separar y reciclar todo el material de oficinas o instalaciones auxiliares a estas industrias. La gente me pregunta, ¿Y qué hacéis ahí 2 ó 3 años? si eso vas, lo tiras y te vas; pero para hacer el trabajo bien hay que hacer todo esto», explica Erik Sandonis, responsable de Oficina Técnica e I+D+i.
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Al final consiguen recuperar más del 90% de los materiales. Hormigón, metal, plásticos madera… son muchos los recursos que hay en una planta y que pueden volver al ciclo de vida útil de alguna manera. «El hormigón, por ejemplo, se puede usar para crear árido reciclado, que sirve para las bases de las carreteras, entre otras cosas. Pero sí, hay algunos materiales que no son tan reutilizables y para ello lo que tenemos es un departamento de investigación que intenta buscar una recuperación, como pasa, por ejemplo, con las fibras aislantes», expone.
Pura economía circular y sostenibilidad, algo que llevan aplicando desde que empezaron, cuando estos términos no estaban en las agendas de las empresas, políticos o administraciones públicas. «Yo empecé en la demolición de San Mamés y ya hacíamos lo mismo. Lo que está claro es que una mesa que se puede reutilizar, es más sostenible que despiezarla para reciclar y aún más que echarla a un vertedero. Y esto, es aplicable a cualquier elemento de una demolición», reconoce.
Ejecutar este tipo de demoliciones conlleva realizar fuertes inversiones, por ejemplo, en maquinaria, y tener una capacidad económica consistente, dada la prolongación en el tiempo de cada proyecto. Para ello, cuentan con el respaldo experto de una sólida entidad financiera, como BBVA.
70.000 toneladas
de residuos valorizaron el año pasado, aproximadamente.
90% de los materiales
de una demolición son reutilizables.
Un mundo en el que es complicado comprometerse con el medio ambiente. La construcción es uno de los sectores más contaminantes del mundo, que genera el 40% de las emisiones de CO2 del planeta. Pero Lezama Demoliciones demuestra que una gran parte de los materiales se pueden segregar y recuperar.
No es el único riesgo. Los trabajos que realiza su personal de obra son peligrosos. Un punto que Lezama Demoliciones se lo toma a pecho. «La seguridad va por delante. Los sopleteros, por ejemplo, se enfrentan a grandes alturas y sus labores las realizan con sopletes. Pues lo más importante es evitar accidentes», destaca Sandonis. La empresa ofrece continuos cursos de de prevención de riesgos laborales para que su plantilla esté protegida.
Ahora mismo están desmantelando la central térmica de As Pontes, en Galicia, la más grande de España. También una en Almería y la del Narcea, en Tineo, Asturias. Una supresión, la de las térmicas, que ha permitido a la empresa agrandar su plantilla de 30 o 40 personas, a ser 160 empleados. Además hacen lo propio con parque eólicos, cuya tecnología se ha quedado anticuada y ahora puede generar más del doble de energía de la que producía hasta ahora. «Trabajamos para Endesa, Naturgy, Iberdrola, que ponen un listón de exigencia a nivel de calidad, seguridad y medioambiente. Esto nos obliga a mantener la exigencia que nos marcamos», asegura.
También están desmantelando plantas químicas y algún proyecto urbano.
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