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Nos estamos poniendo las botas a base de acumular días de esos en los que te acuerdas de dónde estabas. Se nos llena la agenda ... de marcas rojas. Nuestros abuelos tuvieron, a lo sumo, lo de Kennedy, la bomba de Palomares y la muerte de Manolete. Nuestros padres la muerte de Franco, lo del 23 F y, apurando, aquello del España-Malta. Pero nosotros vamos acumulando confinamientos, Filomenas, cataclismos, fines del mundo, apagones, colecciones de apocalipsis mañana.
Hasta el punto de que podría pensarse que nos están inmunizando contra ellos como a langostas en una olla. Ahora tenemos el apagón como último hit. Los últimos días sido imposible encontrarse con nadie que no te contara su epopeya durante aquellas horas sin electricidad. Sólo hay que dejar pasar un rato hasta que uno de ellos se arranca a contar que él tenía una radio de su padre en la alacena pero que las pilas estaban sulfatadas.
Deberían ser conscientes de una cosa: La mayoría de las anécdotas son una mierda, son malas. Muy pocos tienen anécdotas buenas de ese día, distintas, de las que se saque alguna enseñanza más allá de lo conveniente que es tener en casa un camping- Gas. Y lo imprescindibles que son las latas.
Me ha dado por pensar que es probablemente una metáfora de la vida, de las vidas, donde muy pocos tienen anécdotas buenas que contar cuando se juntan en una sobremesa. Son vidas rutinarias, cuya máxima excepcionalidad se puede dar porque un día pinchen la rueda tengan un accidente haya un atasco o su jefe se ponga malo.
Más fascinante me parece aún que, aquellos que tienen una anécdota buena, probablemente no la puedan contar:
Aquella pareja de amantes a los que les pilló aquello en un encuentro furtivo en horas de oficina en un cuartito de un Hotel de estos amantes matutinos que se tienen que amar antes de las 4:00 de la tarde, cuando salen los niños que tienen con otra persona. Me fascina ese momento de descubrir que la rutina les ha traicionado y les imagino aterrados sin saber si alguien de la oficina iba a llamar a su casa diciendo que allí no estaban. Pánico buscando una cuartada mientras se subían los calzoncillos y se arreglaban en el baño
El periodo realmente mágico de aquel apagón fue la primera hora. Aquel momento en el que todos pensábamos que el apagón era nuestro, solo nuestro, de nuestra circunstancia, de nuestra anécdota de nuestro momento y luego conociendo que era general y de alguna manera esto nos relajó. Porque hasta el caos favorece a las personas que tienen su vida arreglada ordenada, organizada, previsible, decente, en fin, aburrida.
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