

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Han corrido ríos de tinta proponiendo nuevas hipótesis y conclusiones acerca de las causas y el proceso que condujeron a la condena y muerte de ... Jesús de Nazareth, a la luz de los nuevos hallazgos de la investigación histórica crítica, el derecho romano, las leyes y costumbres judías o la interpretación teológica. Es también verdad que de pocos personajes de la Antigüedad contamos con tanta información veraz como en el caso de Jesús, proporcionada por los textos bíblicos y por algunas pocas fuentes paganas.
Asimismo, es indiscutible que ningún personaje, ni en esa época ni en cualquier otra, ha tenido ni de lejos tanta relevancia histórica. Y hablamos de un hombre que murió semidesnudo clavado en una cruz, contemplando cómo su proyecto fracasaba estrepitosamente y sintiéndose abandonado por sus amigos e, incluso, por Dios.
Los investigadores llevan muchas décadas discerniendo qué textos del Nuevo Testamento son históricos y cuáles, por el contrario, son legendarios, míticos o solo cuentan con un significado puramente teológico. Se han dotado de criterios y herramientas científicas para validar sus planteamientos pero, así y todo, hay conclusiones entre los mejores de ellos que continúan siendo irreconciliables.
Ahora bien, sí podemos descubrir más puntos de consenso en lo referido a lo acontecido en los últimos días de la vida de Jesús. Es debido en buena medida a que, tan solo diez o quince años después de su muerte, tuvo que elaborarse un primer relato fiable de la Pasión de Jesús con la participación de testigos presenciales, que se perdió para siempre pero que, sin embargo, constituyó la base narrativa para la elaboración de los capítulos bíblicos unas décadas después.
La condena a muerte de Jesús radica en que, al menos unas semanas o meses antes, se autoproclamó mesías de Israel y que, por lo tanto, cuestionó la autoridad política de Roma. En los tiempos de Jesús se calcula que alrededor de media docena de judíos también fueron considerados mesías y casi todos, además, murieron violentamente. Roma era muy tolerante con las costumbres religiosas de los pueblos bajo su dominio, pero nada con los sediciosos. Es igualmente cierto que, aunque no podemos extrapolar nuestros conceptos de pacifismo o militarismo al siglo I, lo más probable es que -frente a otros pretendientes mesiánicos- Jesús nunca pensara liderar una sublevación armada.
Los evangelios culpan a los judíos de la muerte de Jesús y parece que absuelvan a Poncio Pilato, quien da la impresión de que al final cede solo presionado por temor a un motín. Esto no puede ser cierto. Pilato era un personaje cruel y condenar a un galileo de un estrato social tan bajo no le habría provocado ningún cargo de conciencia. De hecho, solo unos pocos años más tarde fue responsable de una matanza de samaritanos por la que fue relevado de su cargo.
Sucede además que, en el momento en el que fueron redactados los evangelios, el incipiente cristianismo se estaba expandiendo rápidamente por el mar Mediterráneo y ello dependía también, sin duda, de conservar una relación no conflictiva con el Imperio, a la vez que de fortalecer su propia identidad diferenciándose cada vez más de la religión judía. Pilato, por consiguiente, no podía aparecer como principal responsable de la muerte de Jesús y, en cambio, los judíos sí.
Jesús fue un judío por los cuatro costados y hoy en día es plenamente aceptado que de ningún modo persiguió fundar una nueva religión, más aún cuando estaba convencido de que el fin del mundo estaba cerca. La Iglesia surge cuando los seguidores del nazareno se proponen dar continuidad a su mensaje y a su esperanza escatológica.
En realidad, lo más probable es que el apresamiento y la condena de Jesús fueran resultado de la complicidad entre Pilato y la casta sacerdotal judía -colaboracionista, rica y corrupta- del Templo de Jerusalén, que veía en él una amenaza para su posición de poder y el mantenimiento del orden público.
Durante la Pascua, el momento en el que decenas de miles de peregrinos subían a Jerusalén para conmemorar la liberación de los judíos del yugo del faraón, era razonable pensar que la presencia de un pretendiente mesiánico como Jesús podía desatar una rebelión. Además, Jesús había volcado mesas y alterado el orden en el complejo del Templo, protagonizando un episodio muy peligroso y a tan solo unos metros de la Torre Antonia, cuartel general de los romanos.
Impulsado por sus seguidores, Jesús creía que su presencia esos días en Jerusalén era la oportunidad decisiva para acelerar la llegada del Reino de Dios. No ocurrió así. No obstante, transcurridos 2.000 años, varios miles de millones de personas contemplan todavía en él tanto a un hombre perfecto como a la manifestación definitiva de Dios en la Humanidad.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Santander, ¿una ciudad de quince minutos?
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Asesinato en Barakaldo: «Se ensañó golpeándole con una piedra en la cabeza, tenía la cara reventada»
Luis López, Eva Molano y Andrea Cimadevilla
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.