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En el origen de la literatura de cualquier pueblo está el cuento, el mito, la leyenda, la fábula. Cuando en el albor de los tiempos ... los sabios se sentaron a pensar sobre los grandes temas, inventaron la filosofía; cuando el pueblo sencillo se puso a pensar sobre la vida, inventó el cuento. En los cuentos y leyendas de un pueblo está su idiosincrasia. Cuentos son las mitologías griega y egipcia, los Panchatantra, Hitopadesa, Vedas y Ramayana de la milenaria cultura sánscrita de India.
Las fábulas nacen de la necesidad de explicarnos el mundo, los asuntos del vivir diario y de cómo educar a los descendientes. Es el temor a lo desconocido, a quedarse solos en casa cuando los padres están fuera faenando, la viudedad, la orfandad, la madrastra, la pobreza, el noble abusador, el pobre bueno, el sabio... Son temas universales, razón por la que los cuentos que los interpretan y escenifican se parecen tanto unos a otros. «En todo gran cuento se mantiene la trama con variantes secundarias (…). Los cuentos son para pequeños y para sabios», dice el gran Amadou Hampâté Bâ.
Todo esto que sabemos, porque nos lo han enseñado los especialistas en literatura comparada, lo he podido corroborar por mi experiencia. Estuve hace años recogiendo cuentos de tradición oral en las montañas del Atlas, en el norte de Marruecos. De los más de quince cuentos en lengua amazigh o bereber que registré en el casete, cuando los transcribí me di cuenta de que tres de ellos estaban en 'Los cuentos del conde Lucanor', escritos por el infante Don Juan Manuel (siglo XIV).
Cinco años más tarde, en Tumbuctú, pedí a dos ancianos que me contaran algún cuento. Y para mi sorpresa, me narraron una única historia, que resultó ser una de aquellas tres que estaban en el 'Conde Lucanor' (Cuento XXXVII): 'Lo que contesció a un buen hombre con un su fijo, que decía que había muchos amigos'. Amigos de verdad hay muy pocos, nos quiere transmitir como moraleja.
Cuando estuve en India de profesor de español por una temporada, al final del curso pedí a los alumnos que me escribieran un cuento de tradición oral. Una joven me entregó uno manuscrito de unas veinte líneas. Era exactamente igual que 'Le Malentendu' (El malentendido), obra de teatro de Albert Camus, escrita en 1944. Y cuyo argumento es casi igual que el largo romance 'La tierra de Alvargonzález', de Antonio Machado, escrito en 1917. Es la temática de aquel hijo de una familia muy pobre que marcha lejos a hacer fortuna, vuelve un día muy rico, entra disfrazado en su casa-posada y la madre y sus hermanas no lo reconocen y lo matan para robarle.
Hace años leí un cuento japonés titulado 'La montaña donde se abandonaba a los ancianos'. En un país lejano existía la orden de abandonar a los ancianos al pie de una montaña. Un hijo no tuvo el coraje de hacerlo y lo ocultó en casa. El rey ordenó bajo pena de muerte cosas muy extrañas, que nadie supo responder excepto este joven porque consultó con su padre oculto en casa, que le dio las respuestas. Las pruebas fueron: cómo hacer una cuerda tejida con ceniza y cómo traer una concha atravesada por un hilo.
En Malí, en la cultura de los dogones, en La Falaise de Bandiagara, un rey manda el mismo castigo sobre los ancianos, y un joven oculta a su padre. El monarca les encarga fabricar para su caballo una traba hecha con granos de arena fina y, segunda prueba, un castillo entre la tierra y el cielo. Si no lo hacen, les cortará la cabeza estén en sombra o al sol, si vienen en cabalgadura o a pie, si vienen riendo o llorando. Todo se soluciona paso a paso porque el anciano escondido va dando a su hijo las respuestas. En ambos cuentos, el rey los perdona y reconoce la sabiduría de los ancianos.
El tema planteado tiene la misma trama, con variantes secundarias de acuerdo a distintas circunstancias, pero no cambia en su esencia. Y lo mismo ocurre con 'Pulgarcito', 'El lobo y los siete cabritillos' y muchos más. El 'Pulgarcito' africano, en lugar de tirar migas de pan, se confecciona bajo la chilaba unas taleguillas agujereadas llena de granos de mijo atadas en cada pierna, con lo que luego germinarán muy altos y podrá volver. En el cuento de 'El lobo y los siete cabritillos', el lobo africano es un monstruo que no toma claras de huevo para aclarar la voz sino que va junto a la laguna, abre la boca y dos filas de hormigas le picotean el sebo de las cuerdas vocales y le dejan la vocecita muy fina.
Así pues, antes de leer las grandes obras de la historia de la Humanidad habrá que comenzar por leer los cuentos más hermosos. Todo escritor es un niño que fue lector. De la semilla bien sembrada viene la buena cosecha.
Cuentan que una señora preguntó a Einstein qué tendría que hacer con su hijo para que de mayor fuera muy inteligente, a lo que el sabio le respondió: «Que lea muchos cuentos». Sí, de acuerdo, pero luego qué más debe leer mi hijo, insistió. «Si quieres que tu hijo sea inteligente, léele cuentos. Si quieres que sea más inteligente, léele más cuentos». Y era don Albert Einstein (1879-1955), que algo sabía.
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