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Todos recordaremos para siempre dónde estábamos aquel 28 de abril de 2025 a las 12:33 horas, cuando llegó el gran apagón. Puede que tranquilamente ... en casa, donde se desactivaron todos los electrodomésticos y luego hubo que tirar a la basura toda la comida del congelador. Tal vez en el trabajo, donde la pantalla del ordenador se fue repentinamente a negro, el teléfono empezó a fallar y poco más se pudo hacer ya. Pero quizá también, en las que fueron las escenas más agobiantes, en un ascensor que se quedó atrapado entre un piso y otro a la espera del auxilio de los bomberos o en un vagón de tren del que hubo que salir andando a oscuras por las vías.
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No fue el apocalipsis, no, pero tampoco un simulacro. Durante horas -poco más de una en los lugares menos afectados, pero muchas más en los peores parados-, España experimentó ayer un caos sin precedentes en prácticamente todas las facetas de la vida cotidiana. En una época histórica marcada por la incertidumbre para casi todo, en la que las autoridades han llegado a recomendar los kits de supervivencia en los hogares, el apagón resultó ser la inesperada demostración práctica de cómo desenchufarse de la red puede paralizar de golpe y porrazo a toda una sociedad desarrollada, tan hiperconectada como vulnerable y dependiente de la electricidad.
Aún se están tratando de esclarecer las causas exactas de una interrupción en el suministro que afectó a toda la Península, incluido Portugal y algunas partes del sur de Francia, con especial incidencia en Iparralde. El presidente del Gobierno habló de una súbita pérdida de 15 gigavatios de generación (el equivalente al 60% de energía que se estaba consumiendo) en apenas cinco segundos. ¿Por qué? Todavía no se sabe, pero «todas las hipótesis permanecen abiertas». En sendas comparecencias desde Moncloa pasadas las 18:00 y las 22:50, Pedro Sánchez pidió evitar «especulaciones» y, ante los bulos que no tardaron en expandirse, llamó a la ciudadanía a beber únicamente de fuentes de «información oficial».
Lo que toda la sociedad sí sabe, porque pudo comprobarlo en sus carnes, es el cúmulo de consecuencias que trajeron las «horas críticas» a las que se refirió el jefe del Ejecutivo. Casi toda actividad del día a día quedó trastocada en mayor o menor medida, máxime en una jornada como la de ayer, el primer lunes después del paréntesis de dos semanas por la Semana Santa. Esta circunstancia quedó mucho más mitigada en Álava, donde se celebraba la festividad de San Prudencio. El de hoy, avisó el lehendakari Imanol Pradales a la sociedad vasca, «tampoco será un día normal» porque costará restablecer todo por completo.
El apagón abocó ayer a la reactivación del Labi, el máximo órgano de protección civil de Euskadi que se popularizó durante la gestión de la pandemia. El Gobierno vasco, las tres diputaciones forales, los ayuntamientos y la Delegación del Gobierno central se reunieron en una mesa de crisis en el Centro de Coordinación de Emergencias de Txurdinaga, en Bilbao, y se activó la fase 2, referida a «emergencias que, por su naturaleza, gravedad o extensión del riesgo, sobrepasan las posibilidades de respuesta de las administraciones municipales y forales». La previsión es que el Labi se vuelva a reunir hoy a las 13:00 horas en Vitoria, aunque la cita podría adelantarse unas horas en caso de necesidad.
Y eso que, en líneas generales, Euskadi salió bastante mejor parada que el resto de España gracias a que fue de las primeras zonas en recuperar la luz. Aun así, la cosa fue literalmente por barrios. El centro de Bilbao se reactivó alrededor de las 13:40 horas, algunas calles de Getxo a las 14:40, en la Margen Izquierda desde las 14:45, en Vitoria hubo que esperar más allá de las 15:00, un poco más en el caso de Busturialdea y del Duranguesado, nada en Deusto hasta las 17:30, por no hablar de Basauri o Zalla, donde tuvieron que esperar hasta pasadas las 20:00... Según los datos del Gobierno vasco, para las 22:00 se había recuperado la red eléctrica en el 96% de la geografía de Euskadi: Álava y Gipuzkoa al completo y Bizkaia al 92%.
Horas que se hicieron largas en todos los casos y en las que la ciudadanía tuvo que improvisar en sus formas de movilidad, de interacción social e incluso de alimentación ante un acontecimiento imprevisto en el que no funcionaba ni el microondas. El mayor impacto se percibió en el transporte, sobre todo en el directamente dependiente de la electricidad. Todos los servicios ferroviarios quedaron interrumpidos al mismo tiempo. El tranvía de Vitoria se restableció a las 18:00; el de Bilbao, a las 20:45; algunos servicios de Euskotren, a partir de las 19:30; el metro de la capital vizcaína, a las 20:00... Cercanías de Renfe, en cambio, no fue capaz de recuperarse y se espera que lo haga durante la jornada de hoy, como los trenes de larga distancia.
Rescates angustiosos
El colapso en los sistemas ferroviarios provocó dos grandes consecuencias: la primera, y más urgente, el rescate de todos los pasajeros que se quedaron encerrados en un vagón; y la segunda, el trasvase de toda la presión al transporte por carretera, especialmente a unos autobuses incapaces de absorber toda la demanda, pero también a unos taxis desbordados por completo. Aunque no se registraron accidentes de envergadura, el tráfico se complicó hasta extremos insospechados por la falta de luz en los semáforos y por la desprogramación de paneles informativos. En Bizkaia se llegó a cerrar la Supersur ante el déficit de seguridad en los túneles. El impacto en los aeropuertos fue desigual. En Loiu 'sólo' se anularon 11 operaciones.
A medida que la sociedad fue consciente de la situación, el gran foco de la preocupación se situó en los ascensores, donde se vivieron escenas cuando menos de tensión. Los servicios de emergencias contabilizaron hasta 253 rescates en toda Euskadi, aunque los elevadores atrancados fueron muchos más. Éste fue el principal motivo de llamada al 112, que registró tal saturación que las autoridades autonómicas y nacionales se vieron obligadas a pedir que sólo se contactara con ese teléfono en auténticos casos de urgencia. Sánchez también pidió hacer llamadas «breves» entre particulares para no sobrecargar una red de telefonía que flaqueó en muchos momentos.
Mejor en los colegios
Los llamamientos a la «responsabilidad» y a la «prudencia», tanto para ayer como para hoy, fueron el 'leitmotiv' de los gobernantes, que activaron todas las mesas de crisis habidas y por haber. En Madrid, Sánchez reunió al Consejo de Seguridad Nacional, y en Euskadi, Pradales, que compareció después, hizo lo propio con el Labi, aquel órgano que se popularizó durante la gestión de la pandemia del covid. Con la presencia de la mayoría de los consejeros, desde allí se coordinaron todas las decisiones, especialmente las relativas al funcionamiento de los servicios públicos.
La Sanidad pudo aguantar el golpe a base de generadores eléctricos de emergencia para seguir atendiendo los servicios urgentes y las cirugías imprescindibles, pero todo aquello que se pudiera demorar fue suspendido. Los planes de contingencia funcionaron. En Educación, más allá de Álava, donde los centros escolares permanecían cerrados, hubo colegios que optaron por llamar a las familias para que recogieran a sus hijos y otros que continuaron su actividad prescindiendo de las tecnologías, con libros de papel y pizarra, como toda la vida. «Es en el mejor sitio en el que pueden estar los niños», recomendó el consejero de Seguridad, Bingen Zupiria.
La actividad económica también quedó afectada en casi todas las formas imaginables. Comercios paralizados por un apagón que no permitía ni cobrar con tarjeta; grandes factorías del sector electrointensivo completamente detenidas ante la falta de suministro y paradas forzadas como la de Petronor, que provocó una fuerte humareda en Muskiz; decisiones clave aplazadas como la de Competencia sobre la opa de BBVA al Sabadell... De lo poco que funcionó fue la Bolsa, que apenas sufrió. El Ibex, de hecho, cerró la sesión con una ligera subida del 0,75% y rozando máximos de 2008.
En fin, es la crónica de una jornada completamente caótica que pasará a la historia como una auténtica llamada de atención sobre los engranajes de la sociedad y que, una vez que se restaure la normalidad, abocará a una nueva y necesaria reflexión sobre nuestra propia vulnerabilidad. Hoy toca intentar restaurar la rutina como se pueda, pero harán falta grandes dosis de paciencia.
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