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Bilbao gana su final
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La ciudad se consagra como organizadora de grandes eventos tras gestionar con éxito la llegada de más de 50.000 hinchas británicosEl titular este de aquí arriba puede parecer una bilbainada y quizá sí lo sea un poco. Pero, mayormente, es muy cierto. Había una expectación ... grande por ver cómo se iba a comportar la ciudad en una cita inédita, en un reto magnífico en términos de movilidad, de logística, de seguridad y de organización en general. La final de la Europa League se percibía como una prueba, un test de estrés para medir la capacidad y la solvencia de Bilbao en la organización de grandes eventos, empeño en el que lleva años trabajando. Fueron más de 50.000 hinchas del Tottenham y del Manchester United tomando la ciudad con todos los movimientos que eso implica de aviones, autobuses, coches, taxis, de todo. ¿Y cuál es el balance una vez pasado el momento? Aprobado con nota, diploma y mención especial.
700 autobuses
entraron en Bilbao para dejar a los hinchas procedentes, sobre todo, de Loiu, Vitoria y Santander.
Al menos, esa es la calificación en todo lo que estaba en manos de la ciudad. Porque desmanes de la tarugada habitual parecen ser inevitables y siempre los hay en mayor o menor medida (esta vez, pocos). Sobre todo, en citas deportivas de esta naturaleza. Pero en el ámbito organizativo, bien. Y muy especialmente, gracias a que la gente de aquí ha atendido con meticulosidad, casi con saña, las recomendaciones de ni tocar el coche, de limitar desplazamientos, de evitar tensionar un casco urbano en el que se temía el colapso por la combinación explosiva de multitudes y cortes de calles.
El temor al caos, de hecho, casi ha vaciado el centro de población local durante la jornada, como en un popular exceso de celo tras llamadas casi dramáticas a la prudencia. Las aficiones británicas, especies gregarias como todas, se concentraron en las 'fan zones' -en el parque Etxebarria y en Amezola-, y en la Plaza Nueva y en Pozas, fundamentalmente. Poco más. Fuera de esos emplazamientos, tranquilidad. Mucha más tranquilidad, de hecho, que un día laborable normal.
A la hora de comer muchos restaurantes se pellizcaban ante la escasísima afluencia de gente. Buena parte de la clientela habitual no estaba porque hubo empresas que cerraron temiendo el colapso; otras apostaron por el teletrabajo; y los individuos ociosos que a diario bajan a la capital para ir a la peluquería o al podólogo o al dentista o a comprar o a lo que sea, lo dejaron mejor para otro día, huyendo del jaleo esperado. Sus huecos en el menú del día no fueron llenados por los británicos, atrincherados en sus zonas de confort y en los puntos más emblemáticos en términos hosteleros.
Éstos, los hosteleros, hicieron buena caja en esos reinos escuetos, pero pincharon en el resto de la ciudad. Se quedaron muchos barriles de cerveza sin abrir y muchos bocadillos sin comer. Sí hay que destacar que se comportaron con cordura y moderación. Frente a unos hoteles que dieron la nota de forma sonora con tarifas ridículamente altas que escandalizaron tanto aquí como en Reino Unido (hasta más de 5.000 euros por habitación y noche), bares y restaurantes, mayoritariamente, respetaron sus precios habituales, con algunas subidas generalmente moderadas.
Durante todo el día se notaba que la invasión bárbara prevista ni iba a ser para tanto ni iba a extenderse como una mancha de aceite densa y uniforme. Poco antes del mediodía un grupo mixto de hinchas del Tottenham y del Manchester United, dos familias bien avenidas, sacaban fotos de las flores en los parterres de Moyua. La plaza estaba tranquila, soleada, circundada por menos tráfico de lo habitual. La estampa era muy reveladora. Es que Bilbao amaneció tranquilísimo y así se mantuvo durante casi toda la jornada, a excepción de los enclaves mencionados y en momentos puntuales.
La clave, como ya se ha avanzado, fue que la gente de la ciudad y de los municipios próximos actuó con prudencia y hubo mucho menos movimiento que cualquier otro día de entre semana. Todo el mundo sabía que la jornada podía ser complicada y que desde primera hora estaba cerrada Sabino Arana, arteria esencial para la movilidad; luego llegaría el corte del puente Euskalduna y, a media tarde, el acceso a la A-8 por los túneles de Basurto. Eso, junto a otros muchos cortes de calles, desincentivó al personal que, cauto, o se quedó en casa o puso rumbo a otras latitudes.
Así que desde primera hora de la mañana se notaba la merma de afluencias tanto en los accesos a Bilbao, mucho menos congestionados que cualquier otro miércoles, como en las calles de Abando e Indautxu. El Ayuntamiento confirmó que no se trata de una sensación y el director de Movilidad, Ignacio Alday, se felicitó «por el comportamiento responsable y solidario de los conductores» que propició «mucha fluidez en el tráfico».
Que había llegado menos gente a la ciudad se notaba también en la hostelería desde primera hora y a lo largo de toda la mañana porque en las terrazas convivía clientela local y británica sin estridencias y con bastantes mesas vacías.
Las aficiones, por su parte, fueron tomando sus espacios en las 'fan zones' de Amezola y el parque Etxebarria a media mañana, también sin mucho alboroto. Tuvieron un éxito diverso estas dos miniciudades para las hinchadas. La primera, donde se concentraron los aficionados del Tottenham, sí funcionó a pleno rendimiento, proyectando a grupos numerosos hacia las calles próximas. Zugastinovia era un hervidero de cánticos y testosterona, que se desperdigaban hasta Autonomía.
La 'fan zone' del parque Etxebarria, sin embargo, no funcionó tan bien. Se conoce que la hinchada de Manchester percibió la ubicación algo remota, a desmano, y prefirió bajar a la Plaza Nueva, que estuvo a reventar. De hecho, a primera hora de la tarde las dotaciones de la Ertzaintza que vigilaban el punto de encuentro oficial bajaron al Casco Viejo, que era donde se cocía al bacalao. El andamio que se utiliza para la reparación de las fachadas fue como una atracción más y la Policía tuvo que bajar de ahí a varias de esas personas que identifican la celebración con subirse a sitios; ora a andamios, ora a semáforos.
En materia de seguridad, todo avanzó por las sendas previsibles e incluso mejor. Hubo las consabidas borracheras incapacitantes, alguna pelea más o menos multitudinaria, alborotos de intensidad variable... El espectáculo de la jornada anterior, con dos semáforos destrozados y ensañamiento posterior con sus restos inertes en Pozas, había encendido las alarmas. Pero aquel entremés no anticipó platos indigestos ni grandes incidentes durante el día fuerte.
En esencia, hubo acontecimientos más pintorestos que graves, como uno que se lanzó sobre una txalaparta y pagó los daños, y otro que se subió desnudo a un andamio y bailó un poco. Pero, sobre todo, cánticos y gritos que fueron desde el waka-waka adaptado a Bilbao hasta un grupo grande de londinenses repasando a voces el pírrico español que había aprendido y que se limitaba a las expresiones 'dameservesa' y 'chupalapoia'.
A media tarde las hinchadas avanzaron hacia San Mamés como en fases u oleadas, sobre todo, por Gran Vía. En muchos puntos ambas aficiones se encontraron y convivieron, como lo habían hecho durante toda la jornada, sin mayores sobresaltos. En otras ocasiones, como en Egaña, volvieron las peleas y el lanzamiento de mesas y sillas en un sitio de pollos.
Salvando esos episodios tristemente previsibles e inevitables, la ciudad se comportó bien tanto en organización como en implicación ciudadana. Eso le da lustre para competir con otras urbes de tamaño medio por la celebración de este tipo de eventos. La lógica de esta carrera es que los réditos no son sólo inmediatos, en forma de ingresos para la hostelería, sino a más largo plazo. En concreto, citas como la final de la Europa League, o como antes lo fueron la salida del Tour o los premios MTV, hacen que Bilbao sea conocido a nivel internacional. Y eso, se supone, hace a la ciudad atractiva tanto para jóvenes que quieran venirse de Erasmus, como para empresas en expansión, como para profesionales de los que tanta falta hacen. Todo ello, vital para frenar el declive demográfico y estimular el crecimiento económico.
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