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Ayer era día de calentamiento, de correr por la banda, desentumecer los músculos de la celebración y familiarizarse con el terreno antes de darlo todo ... hoy, el día de la final. Es cierto que, por una vez, a los locales nos toca ser espectadores, porque los que juegan son otros: Bilbao, esa ciudad que ha cultivado siempre un aire anglófilo frente al afrancesamiento donostiarra, nunca había sido tan británica como estos días, y ayer se fue apreciando la metamorfosis en las calles a medida que iban llegando forofos y más forofos (y más, y más) por tierra, mar y aire. Ahí estaba, por ejemplo, la lista de precios 'in English' del batzoki de Amézola, para dejar claro que una 'big beer' de litro costaba diez euros. Muchos bilbaínos se fueron contagiando de tanta efervescencia importada y se sumaron a la colorista fiesta del fútbol, como si los hubiesen nombrado ingleses honorarios: algunos hasta han aprendido a pronunciar bien Totenham, ese vocablo traidor con hache muda, aunque el Hotspur seguimos evitándolo.
La 'fan zone' de El Arenal se convirtió en el epicentro de la animación. Es lo que llaman la 'fan zone' neutral, o podríamos decir aconfesional, un espacio en el que pueden convivir los hinchas de los dos equipos ingleses, los estupefactos turistas de otros rincones del planeta que pasan casualmente por Bilbao, los aficionados locales e incluso los no futboleros, porque se puede disfrutar aunque ni siquiera se tenga claro lo que es un fuera de juego. «Yo de fútbol cero: ni me acuerdo de la última vez que le había dado una patada a un balón. Pero esto está divertido», admitía Sara, una adolescente arrastrada por su cuadrilla que se animó a probar suerte en alguno de los juegos.
La gente no lo hacía, pero una de las actividades más entretenidas era situarse frente al 'photocall', donde la gente se podía retratar delante de las alineaciones de ambos equipos, e ir preguntando a los ingleses por su viaje a Bilbao o por su alojamiento. Michael Sutherland, por ejemplo, fue de los primeros en acudir por allí, arrastrando aún su maleta: «Acabo de llegar y ahora tengo que esperar a las cinco para hacer el check-in. Vengo en autobús desde Londres, vía París: han sido veinticuatro horas de viaje», explicaba el seguidor del Tottenham. Christopher Marsland, Allen Wintle y Scott Finch, del Manchester United, se complacían en detallar sus trayectos de ida y vuelta: volaron del aeropuerto londinense de Stansted a Milán, de Milán a Barcelona y de Barcelona a Bilbao, pero para volver hacen escala en Fuerteventura. «Sí, vamos a volar tres horas en sentido contrario y pasaremos una noche allí. ¡Pero ganamos un día de playa!», celebraban los muy optimistas, cuyo plan para la jornada era «beer, walk, funicular». Es decir, cerveza, paseo y..., bueno, esa última palabra es bastante fácil. Y a Steven Stavrou, que ha venido a ver la final desde Chipre, lo que le tiene fascinado es el hospedaje: «Llegué anoche y dormí en un hotel: pagué 180 euros por la habitación, pero para hoy pedían mil. Así que hoy duermo en otro hotel: 315 euros la habitación, pero para mañana pedían 700. De modo que mañana..., mañana dormiré en la calle».
Adam Fitzgerald, hincha del Tottenham de toda la vida, lleva diez años en Bilbao: «Para mí es surrealista que el Tottenham juegue aquí, ¡vivo a dos minutos de San Mamés! No me lo puedo ni creer», dice tras retratarse junto a la copa con su padre y su hermano, recién llegados de Londres. ¿Un pronóstico para el partido? «Imposible concretar. ¡Es un derbi de desesperados!».
Alice es hincha del Manchester United y Emma, del Tottenham Hotspur, pero las dos se hospedan en el mismo 'hostel': «Nos conocimos ayer y ahora mismo somos muy amigas, pero mañana no nos hablaremos», se reía Alice. Se pusieron a prueba en la portería que mide la velocidad del chut y Alice logró unos espléndidos 82 kilómetros por hora. Ahí ganó el Manchester.
De todas las actividades de la 'fan zone', las que más expectación levantan son las que invitan a chutar a la ría, para ver si se logra colar el balón en las porterías de Lidl o en los anillos flotantes de Hankook. Desde fuera no parece tan difícil, pero el propio Aritz Aduriz lo intentó sin éxito: algunos participantes no conseguían ni rebasar la barandilla, mientras que otros arreaban patadones como para mandar el esférico a Manchester vía Fuerteventura. El que marcase sus dos tiros en la portería más lejana ganaba una entrada doble para la final, pero solo lo consiguió una persona: Lewis Collins. «Sí, solía jugar al fútbol cuando era más joven», declaraba este tipo admirable, y no solo por su destreza con el balón, sino porque renunció al premio al enterarse de que había un número limitado de entradas: «Mi amigo y yo ya tenemos, prefiero que las gane alguien que las necesite. ¡Yo solo quería chutar!». Qué pena que Lewis no coincidiese con Ted Andrew, un hombretón del Tottenham que casi envía el balón a la otra margen. «Es que yo jugaba al rugby», se justificaba. Ted llegó el miércoles pasado, porque «los vuelos eran más baratos», y lucía un cartelito que decía 'tickets wanted'. Si no consigue entradas, cogerá hoy un avión... ¡antes del partido! Ah, más tarde se rebajó la exigencia: bastaba un gol, pero tampoco así hubo una avalancha loca de ganadores.
En general, y por el sofisticado sistema de echar la cuenta a ojo, daba la impresión de que ayer había más hinchas del Tottenham que del Manchester. La más jovencita seguramente fuese Margot, que el lunes cumplió un año y lo hizo, por supuesto, enfundada en la camiseta del club de sus amores, aunque ella todavía no se entere de mucho. La familia se aloja en Isla: «¡Es un sitio estupendo con un marisco fabuloso!», elogiaba su madre, Amy Monk. Pero también se veía a muchos locales que tomaban parte en las actividades lúdicas, a veces bastante singulares. La bilbaína Goizuri Pereira celebraba que acababa de marcar un gol empujando una pelotita con un autobús teledirigido: «Es verdad que el viento estaba a favor, pero de algo me tenía que servir practicar tanto con el niño». En la caseta del European Resuscitation Council se podía aprender la manera correcta de hacer una reanimación cardiopulmonar. Y se podía aprender, además, jugando, en una competición entre cuatro personas para ver quién mantenía con más precisión el compás de 'La Macarena', que dicen que es el ritmo ideal. Isidoro Menacho arrasó en su tanda: «Es que soy experto. Hace tres meses nos dieron un cursillo en la comunidad de vecinos y me presenté voluntario», relataba este peluquero jubilado de Basauri. ¿Y de fútbol qué tal? «Fui casi profesional, jugué en Preferente en el Orduña, de extremo izquierdo. ¡Era muy rápido!».
Un público cada vez más numeroso iba pasando por los circuitos de habilidad, la portería que mide la velocidad del disparo, los diminutos campos de 'subsoccer' -como mesitas de bar con porterías-, el caricaturista apostado ante las vidrieras de la Catedral del Fútbol... y también hacía cola para retratarse con la copa, tan hermosa, tan fría, tan distante. Todo ello, por cierto, con musicón pensado para los ingleses: el DJ ubicado en el quiosco pinchaba a Blur, Massive Attack, los Beatles, Soft Cell...
La fiesta se fue extendiendo. A mediodía, la Plaza Nueva parecía ya una grada de San Mamés, con cánticos a volumen de estadio, y Pozas fue despertando por la tarde en lo que era también su calentamiento para lo que le espera hoy. «¿Cómo decís hola en euskera? ¿Es ka-i-xo, verdad? ¿Y el vino, cómo es ese vino vuestro? Txa-ko-liiiii», preguntaban Dave Lang y sus hermanos, forofos del Tottenham que han venido en ferry, van a volver conduciendo a través de Francia, están hospedados en San Sebastián y, por qué no, quieren ser vascos honorarios. «Vamos a tomar unas cuantas botellas de txa-ko-liiii».
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