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Una bomba acabó con él y, al hacerlo, agrandó su leyenda. Fue cuando los aviones abrían sus entrañas sobre Las Arenas, en uno de los ... capítulos más dolorosos y menos recordados de la Guerra Civil. Dos de ellas siguieron enterradas durante años en el hermoso jardín de la casa familiar que el bisabuelo mandó construir en 1860. Todavía recuerdan sus descendientes su imponente verja de la calle Coste. Años más tarde, cuando fue vendida, advirtieron a la inmobiliaria sobre las dos bombas que quedaban sin estallar. Como si se empeñaran en seguir siendo testimonio tangible de los días en que el cielo lloraba fuego. Pero esa es otra historia. La de hoy tiene que ver con cierto coche, con matrícula Bilbao, que compitió en Indianápolis.
Fernando Aburto Fierro es uno de esos hombres que lucen, desde que nacieron, aire de gentelman. Lleva el bigote con una elegancia al alcance de unos pocos. Y posee una mano prodigiosa para la caricatura y la pintura. Aunque hoy lo que necesitamos no está en sus dedos, sino en la memoria. Todo empezó por una frase: «Mi abuelo contaba que su padre compitió con unos de sus coches en Indianápolis». Quienes lo escucharon tardaron poco en trasladarme la historia. Así conocí a este hombre, hijo de Fernando Aburto Díaz Guardamino y biznieto de José Ramón Aburto Martínez de las Ribas. Fueron propietarios, entre otras cosas, de algunas de las minas más fructíferas de nuestra tierra. Y si pasean por Alameda de Mazarredo podrán ver la casa que tenían en la villa. Es la que acoge hoy al flamante Colegio de Abogados de Bilbao.
El bisabuelo era un gran amante de los coches y a tal punto llegaba esta pasión que contó con vehículos únicos de la época. Como un Fiat de 120 caballos. Ahora sería como tener un avión en el garaje. A veces utilizaba un piloto. Pero en otras ocasiones conducía él. Como en San Sebastián donde, según reza la revista Vida Sportiva del 1 de octubre de 1912, «El Sr. Aburto guiando un Fiat 120 P tomó mal una curva quedando atravesado el coche en la carretera, con algunas averías». La crónica continúa mencionando al célebre corredor Ballot, que también se salió en esa curva. Como sería de complicada la carrera que solo cruzó la meta un vehículo. El de Mariategui. Pero el accidente no desanimó a nuestro paisano. Compró otro Fiat. De 150 caballos. Se necesitaba la fuerza de dos hombres para girar su manivela y arrancarlo. BI-377. Esa era su matrícula. Y aquí arranca el misterio.
Historiadores y amantes de los coches están recopilando información sobre aquellas carreras. En la vecina Francia hay mucha. Pero en EEUU cuesta dar con ciertos datos. Se sabe que Ballot compitió en la ciudad llamada cariñosamente Indy y que era piloto profesional. Pudo ser él quien llevó el coche de Aburto. En algunos documentos de la carrera aparecen los Martínez de la Riba, sus primos y esa podría ser una primera pista. Fernando, el biznieto, no tiene dudas. Era una de las anécdotas que siempre contaban, tanto su padre como su abuelo. Con los años las reliquias familiares se han ido perdiendo, por el tiempo y las mudanzas. Pero aún guardan con cariño viejas fotografías de la colección de cuadros de Francisco Pradilla.
Pero lo que sigue intacta es la historia de la familia a través del boca a boca. Por eso buscan datos que corroboren esa aventura del bisabuelo. La que escuchaban en el jardín de Las Arenas mientras paseaban entre tulipanes traídos de Holanda. O cuando el biznieto aprendió a conducir un R-5 por aquellos terrenos. Una bomba se llevó aquél bólido. Y al Packard que dormía a su lado. Ese coche pudo ser el último testigo de las hazañas de su compañero. Por eso seguimos la rodada de la rueda de esta historia. Para llegar por fin hasta el día en que Indianápolis vio pasar por su meta a un coche de Bilbao.
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