
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Catorce minutos de reloj. Si nos atenemos a lo puramente deportivo, en eso consistió el asunto: ese fue el tiempo exacto que les costó a ... los ciclistas atravesar Vitoria. ¿Tanto lío, tanto despliegue para eso, para solo 14 minutos de nada?, refunfuñará el escéptico. Después de vivir esta jornada para el recuerdo resulta facilísimo rebatir ese argumento. No hay ningún cronómetro, ni uno de esos de cuarzo tan precisos, capaz de medir la trascendencia de la etapa vitoriana del Tour. El entusiasmo de toda una ciudad unida es eterno. Ayer se demostró que, cuando los vitorianos vitorean..., lo hacen de verdad.
«Si parpadean, se lo van a perder», decía aquel locutor de la Fórmula 1. Y este consejo se podía aplicar perfectamente al paso de los 174 ciclistas por Vitoria. Fue un visto y no visto. En apenas unos segundos, los campeones, los grandes astros del sillín y el manillar, pasaron por delante de los miles de aficionados vitorianos que se echaron a la calle para disfrutar de una jornada «única, irrepetible para nuestra ciudad». La frase es de Conchi Manso, una de las muchas personas que, desde primera hora de la mañana, decidieron asegurarse un buen sitio en las escalinatas de San Miguel, la mejor grada para disfrutar del paso de la ronda gala por la capital alavesa. «Este es un momento histórico, lo vamos a recordar durante muchos años», añadía, a su lado, Mamen Ortiz, animadísima. Las dos amigas resumieron con precisión el estado de ánimo de toda una ciudad consagrada al Tour.
Vitoria se despertó con el objetivo de mostrar su mejor cara al mundo, a los más de cinco millones de personas de 200 países de los cinco continentes que, se calcula, siguen un eventazo deportivo solo comparable a los Juegos Olímpicos y al Mundial de Fútbol. Y lo logró. Desde primerísima hora de la mañana, un escuadrón de operarios y máquinas de limpieza se afanaron en sacarle lustre al corazón de la ciudad. «Hacía años que no veía el centro tan limpio», certificaba con EL CORREO bajo el brazo Félix Santos, un poco como ese mayordomo que pasaba el algodón en el anuncio aquel. Cierto. La ciudad, todavía adormilada y ya vallada, refulgía a primera hora.
En la balconada de San Miguel, mirador privilegiadísimo, se congregaron los aficionados más madrugadores. Por allí estaba la colombiana Marni Bastidas, que como muchos compatriotas residentes en la capital alavesa, lo dio todo. «Es un deporte muy nuestro, allá en mi país tenemos mucha tradición y mucha afición. Ahí están enormes campeones como Nairo (Quintana) y Lucho (Herrera)». Es curioso cómo Marni se refería a ellos así, con sus nombres de pila, como si fueran uno más de la familia. «Y, hoy, por supuesto estamos con nuestro Rigoberto», apuntaba en referencia a Urán, corredor del Education First.
Lo cierto es que la ciudad parecía algo desangelada antes de las diez de la mañana. ¿Qué estaba pasando? ¿El personal se había amilanado ante el aviso continuo de tanta restricción y había optado por quedarse en casa? Qué va. En pocos minutos, un continuo goteo de aficionados comenzaron a hacerse fuertes en las aceras a lo largo y ancho de todo el trazado urbano. Primero, algo desperdigados. Después, bien juntos. «Nos hemos despistado un segundo y ya nos han quitado el sitio», lamentaba una pareja a la altura de Olaguíbel a hora y media del inicio de la prueba.
Muchos aguardaban con ilusión la caravana publicitaria, esa suerte de 'cabalgata' encargada de darle la pátina de 'show' al asunto con bailes, con música... y con regalos, sí, pero bastantes menos de los esperados. En el entorno del Palmeral, apenas se lanzaron un puñado de gorras y gorritos de esos playeros para el sol, alguna que otra camiseta, unos llaveritos... «Menos da una piedra», se conformaba Gorka Sancho mientras mostraba orgulloso su botín 'cazado' al vuelo. «Hay que estar muy vivo para pillarlos», anotaba.
Y más allá de los obsequios de 'merchandising', lo cierto es que la 'caravane' logró animar a los que, ya bien pasadas las diez de la mañana copaban las primeras líneas del recorrido. Esos agentes de la Gendarmerie tan lozanos, con sus temones de electrónica a todo trapo, conquistaron al público. Hasta los nuestros, los de la Ertzaintza, se llevaron ovaciones. Y eso que ellos, más comedidos, no llevaban musicote: algún agente motorizado tocó el claxon, todo lo más. El resultado fue una estampa algo extraña, pelín distópica: gente y gente aplaudiendo a rabiar a polis y a marcas comerciales.
A media hora de arrancar la salida neutralizada vitoriana ya se respiraba un ambientazo en el centro y también en el resto de la ciudad. De Mendizabala a portal de Castilla, de Prado a Mateo de Moraza y Olaguíbel y también en la calle Valladolid y en Salburua, era complicado encontrar un buen sitio. «Es un engorro todo lo de los cortes, tantas vallas, pero merece la pena: esto es digno de ver y vivir al menos una vez en la vida», reflexionaba Mikel Fernández, vecino de Judimendi.
El vitoriano medio, de natural tirando a poco entusiasta y con tendencia a sacarle punta a todo, ayer pasó del escepticismo a la euforia en poco tiempo. Y, ante todo, demostró un comportamiento ejemplar. No era fácil. En la práctica fue un día libre de coches en toda la ciudad y el peatón, salvo alguna excepción muy excepcional, encaró con estoicismo las restricciones en los cruces y respetó los pasos habilitados. «La gente nos lo está poniendo muy, muy fácil», reconoció a la altura de la calle Diputación uno de los trabajadores que la organización desplegó por los 5,5 kilómetros de recorrido.
«Vitoria ha estado a la altura», resumía la alcaldesa, Maider Etxebarria, que tirando de poliglotismo dio la bienvenida a la ronda gala en francés, inglés, castellano y euskera. «Nos gusta el deporte, nos gusta el ciclismo y estamos muy orgullosos de que hoy sea la gran fiesta del Tour en Vitoria-Gasteiz», destacó antes del inicio de la etapa. «Es una oportunidad increíble de promoción para nuestro territorio y para nuestra capital», indicó por su parte el diputado general, Ramiro González.
Las claves
«Es una ocasión única, irrepetible para la ciudad y este momento lo vamos a recordar durante años».
«Los cortes han sifo un engorro... pero ha merecido la pena. Es digno de vivir una vez en la vida».
La Virgen Blanca se vino arriba a la llegada de los ciclistas, con ovaciones al unísono a Mikerl Landa.
Tras el paso del pelotón, una multitud abarrotó la plaza para seguir la etapa en una pantalla gigante.
El paso de los ciclistas fue un visto y no visto. La plaza de la Virgen Blanca se vino arriba cuando asomó el pelotón. Fue emocionante, pero de verdad. Cualquiera, hasta el más ajeno al deporte de las dos ruedas, vibró entre una multitud tan entregada, entre el personal, ondeando cientos de ikurriñas que se repartieron a granel, extasiado ante los ciclistas. Hubo ovaciones y gritos de aliento especialmente dedicados a nuestro Mikel Landa.
En nada, en unos segundos, la afición abandonó las vallas y se concentró alrededor de la pantalla gigante que se instaló en el corazón de la ciudad, abarrotado, en el que se respiraba un ambiente festivo. No faltaron ni los gigantes ni los cabezudos ni las txarangas. Poco después del mediodía, Vitoria era una auténtica fiesta que desbordó el centro y salpicó a los bares de la ciudad, que, en petit comité, reconocieron que sus cajas registradoras se habían contagiado de la euforia ciclista bastante más de lo esperado. Si es que cuando el vitoriano vitorea...
Se respiraba ayer un indudable ambiente de triunfo en la ciudad. Y la mejor forma de llevarse un recuerdo de una jornada histórica fue pasar por el photocall que organizó EL CORREO en la plaza de España. Allí se instaló un podio para que todos los vitorianos pudieran sentirse como auténticos campeones de la ronda gala ante los mismísimos Campos Elíseos trofeo, ramo de flores y maillot incluido... aunque a alguno no terminaba de entrarle la elástica amarilla. «Lo he intentado, pero he tenido que desistir es que, claro, están hechos para cuerpos de ciclista y no para el mío», bromeaba Antonio Munío, uno de los casi mil vitorianos que quisieron llevarse como recuerdo una foto que hoy se podrá ver en elcorreo.com. «Me parece una iniciativa estupenda, un recuerdo maravilloso de un día que ha sido muy emocionante», destacaba Nati Hernández, que posó con sus nietos Ibai y Julen, también encantados. «Yo de mayor quiero ser ciclista», resumía uno de los pequeños que se llevaron un llavero exclusivo de regalo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Así se hace el lechazo deshuesado del restaurante Prada a Tope
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.