Trump asoma al mundo a la mayor escalada bélica en 80 años
EE UU ataca a Irán, un país filonuclear vinculado a China y Rusia
Donald Trump ordenó repentinamente el sábado que su fuerza aérea atacara Irán con el objetivo de sorprender a Teherán. Y ha sorprendido al mundo entero. ... El presidente de Estados Unidos envió 125 cazas y bombarderos a arrasar las tres principales instalaciones de procesamiento de uranio en la república islámica en lo que más tarde calificó como una operación «exitosa». Las plantas de Fordo, Natanz e Isfahán, estas dos últimas bombardeadas en varias ocasiones antes por los F-15 y F-16 israelíes, sufrieron «daños muy graves», según evaluó en la noche del domingo el Pentágono
EE UU ha entrado en guerra. La primera desde Afganistán en 2001 y la de Irak en 2003. La primera de un presidente que precisamente criticó a George Bush por su dispendio bélico y que el año pasado basó su campaña electoral en acusar a su rival, el demócrata Joe Biden, de arrastrar indirectamente al país -o al menos a sus arcas y arsenales- al conflicto de Rusia contra Ucrania. Es el mismo individuo que hace apenas dos meses dijo que Washington firmaría rápidamente un acuerdo nuclear con Irán y ha acabado bombardeándolo con unos poderosos proyectiles, los GBU-57, que nunca antes había probado.
El propio Trump avisó el jueves que pensaba concederse dos semanas para decidir si hacía realidad una ofensiva que quizás haya sido el sueño americano durante décadas y que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, le había puesto en bandeja tras destruir las defensas antiaéreas de la república islámica. Con su particular gestión del tiempo, el magnate tardó dos días en poner sus aviones en el cielo. Los republicanos han aplaudido su decisión, Los demócratas denuncian que ha violado la Constitución y que lleva a EE UU a un torbellino bélico de resultados impredecibles. Lo mismo opina el ala conservadora más moderada.
El caso es que con el ataque sobre las joyas de la corona del programa atómico iraní el presidente ha conducido a su país a un extremo que sus predecesores no estuvieron dispuestos a asumir por sus riesgos: entrar en guerra con una potencia filonuclear situada en pleno epicentro del avispero de Oriente Medio e interconectada con Rusia y China. A Trump todas estas variables no parecen haberle inquietado lo suficiente. Lo ha debido ver muy fácil o está dispuesto a fiarlo todo a una única apuesta: obligar al Gobierno de los ayatolás a firmar el acuerdo atómico propuesto por él mismo en abril o hacer tabla rasa del régimen.
El líder republicano es hombre obstinado. Mientras Francia, el Reino Unido o Alemania llamaron este domingo rápidamente a la «moderación», al igual que la Unión Europea en su conjunto, la ONU, China y Rusia, tan solo unas pocas horas antes, con los cráteres de las megabombas aún humeantes en Fordo y Natanz, con Occidente activando la alarma general y en su propio país la aplicación de la alerta antiterrorista, Trump exhortó al «matón de Oriente Medio» a «hacer la paz ahora» o arriesgarse al «final».
La Casa Blanca se vio forzada más tarde a rebajar el impacto de sus mensajes. El vicepresidente J.D. Vance declaró en televisión que EE UU «no está en guerra con Irán. Estamos en guerra con el programa nuclear de Irán». El secretario de Defensa, Pete Hegseth, precisó que la ofensiva se limitó a las instalaciones «atómicas» iraníes y que Washington no busca «un cambio de régimen».
Pero con todas esas matizaciones sobre la mesa, la realidad es que lo que el golpe de Trump -un tanto egocéntrico pero indudablemente audaz- desencadene a partir de ahora es una incógnita. Queda al albur de la respuesta de Irán, cuyo Parlamento ha dado luz verde al cierre del estrecho de Ormuz en lo que supone una detonación financiera. Por este canal pasa un tercio del tráfico marítimo de mercancías del mundo.. Y por encima del resto de países de la región, que han condenado el bombardeo, quedan por conocer los siguientes pasos de Rusia y China.
Ronald Reagan entró al trapo de la llamada 'guerra de los petroleros' en el Golfo Pérsico en la segunda mitad de los 80 y terminó hundiendo dos plataformas y alguna fragata iraníes, pero en aquel caso el componente económico prevaleció sobre el político, la situación en la URSS era distinta y pervivía la aprensión nuclear heredada de la crisis de los misiles. En 2003 Bush metió a EE UU en la guerra de Irak, que, sin embargo, carecía del factor atómico. La actual confrontación iraní incluye, sin embargo, todo el catálogo de amenazas posible y pone a las potencias al borde de unas tensiones sin parangón desde la Segunda Guerra Mundial.
Con el camino libre
Una mirada a la parte doméstica del conflicto revela que el inquilino de la Casa Blanca ha jugado bien sus cartas. Este fin de semana asestó la puntilla a las tres centrales básicas del programa nuclear islámico después de que la aviación israelí le pusiera el semáforo en verde con la destrucción de las defensas antiaéreas de la república y, por consiguiente, el dominio de su espacio aéreo. El Pentágono lo denominó este domingo un «trabajo preparatorio» de las fuerzas hebreas. Trump se jugaba demasiado como para no garantizar que ninguno de sus pilotos y militares regresara a casa envuelto en la bandera de las barras y estrellas como en Irak o Afganistán.
La ofensiva fue el fruto de meses de planificación. En total participaron 125 aeronaves. Los sofisticados bombarderos B-2 descargaron catorce bombas rompebúnkeres después de montar un señuelo para despistar a los iraníes: mientras un bloque de aeronaves se dirigió desde Misuri hacia la república islámica, otro partió en dirección al Pacífico para diluir el verdadero objetivo del ataque. Los B-2 y sus cazas de escolta tuvieron el respaldo de un submarino que lanzó desde el Pérsico una treintena de misiles Tomahawk. Los cohetes acabaron con los restos de las centrales de Isfashán y Natanz que dejaron en pie los israelíes.
La primera planta produce combustible nuclear y el gas necesario para que funcionen todas las procesadoras de uranio del país. También es la sede del centro tecnológico nuclear. Sin sus proyectos, la república retrocederá ahora varios años en la carrera atómica. Natanz es, por su parte, el complejo más grande del programa. Dispone de una central en superficie y otra subterránea. Un B-2 arrasó con esta nave tras soltar encima dos GBU-57.
La tercera pata de la ofensiva se llamó Fordo, La gran planta subterránea, escondida a casi cien metros bajo una montaña. Los bombarderos arrojaron doce proyectiles antibúnkeres, cada uno de ellos cargado con 13.600 kilos de explosivos. Trump dijo más tarde que todos los objetivos habían sido destruidos. Sin embargo, los especialistas del ejército y de las fuerzas israelíes tienen sus dudas. El Pentágono prefirió hablar en la noche del domingo de «graves daños». En el caso de Fordo, fuentes militares insinuaron que ni siquiera doce bombas antibúnkeres pudieron reducirlo a escombros.
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