Alain López de Lacalle
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Alain López de Lacalle
A. González Egaña
Domingo, 4 de mayo 2025, 08:45
Veinticinco años después del asesinato de José Luis López de Lacalle a manos de ETA, su hijo Alain comparte, en una entrevista con este periódico, ... sus recuerdos del 7 de mayo de 2000, «el peor día» de su vida, y los anhelos de una convivencia que respete el legado de su aita: «El compromiso inquebrantable con las libertades de todos y el rechazo al terrorismo como estrategia política». El encuentro con Alain López de Lacalle Artolazabal comienza en el lugar exacto del asesinato del articulista de El Mundo, a escasos metros de su domicilio, el número 3 de la calle Ondarreta de Andoain.
«Aquí fue», señala el lugar donde el etarra José Ignacio Guridi Lasa acabó con la vida de su aita. La charla con el hijo de De Lacalle, emotiva, discurre en el salón de su casa donde no faltan los recuerdos del veterano militante del PCE que estuvo preso durante cinco años y medio en las cárceles franquistas y que abrazó siempre la bandera de la dignidad humana. Tolosarra de nacimiento, tenía 62 años y acababa de estrenar la jubilación anticipada. «Esa mañana yo estaba en la cama, estaba dormido y me despertó algo, unos ruidos fuertes... Me despertaron los cuatro disparos que mataron a mi padre», relata Alain con enorme pesar.
–¿Este 7 de mayo va a tener un significado especial al cumplirse un cuarto de siglo del asesinato de su aita a manos de ETA?
–Todos los años lo hemos vivido intensamente. Siempre se siente igual y te afecta igual. Pero es verdad que 25 años se prestan un poco más a una conmemoración especial. Se hará el acto en el parque de Andoain dedicado a su memoria, el día del aniversario. Y también habrá un homenaje en Zarautz.
–¿Es necesario seguir recordando?
–Al final se van desvaneciendo las cosas y mucha gente quiere pasar página o pasarla demasiado rápido, pero creo que es importante seguir recordando. Para nosotros es un día complicado, pero el homenaje siempre es reconfortante.
–¿Qué es imprescindible expresar para describir la figura de José Luis López de Lacalle?
–Lo más importante que hay que subrayar es su compromiso inquebrantable por las libertades. Más allá de todas las dificultades y de todas las amenazas, su biografía es el mejor ejemplo de ese compromiso, tanto contra el fascismo como contra el terrorismo.
–¿Y de su faceta de aita?
–Su sentido del humor. La verdad es que cualquiera que le conociese un poco sabía de su socarronería y su don de gentes. Era capaz de dialogar con cualquiera, independientemente de su ideología. También tenía una gran capacidad de trabajo.
–¿En el día a día, dónde ha estado más marcada su ausencia?
–En todo. Se le echa de menos todos los días.
–¿Hablan mucho de él?
–Si y no. Últimamente, creo que más, por las niñas, porque preguntan... Durante un tiempo no hablábamos mucho. Costaba...
–Le llamaban 'Kuxkux', ¿por kuxkuxero?
–Por su curiosidad infinita e intereses amplísimos. Se involucraba en todas las cosas que le interesaban, que eran muchas. El mote se lo pusieron los amigos, de chaval.
–Pese a las amenazas y los ataques, José Luis nunca se calló, no dejó de escribir y de expresar lo que pensaba. ¿Hablaban padre e hijo del acoso que estaba sufriendo?
–Poco. No quería que la familia cargase con ese peso. Lo llevaba en silencio. Con la perspectiva del tiempo, llegas a ser consciente de que toda aquella presión le hizo mucha mella. Le veíamos cada día más delgado, más demacrado, pero a ninguno nos manifestó nunca nada. Ni a mi madre, jamás nos mencionó el calvario que estaba pasando. Hablaba de la situación política y demás, pero nunca de presiones o de amenazas directas. La relación padre e hijo era como si no pasara nada.
–¿Pero intuía que podía tener miedo?
–No lo sé, supongo que sí. Cuando nos echaron los cócteles molotov dijo en una entrevista –publicada en DV el 27 de febrero de 2000– que la amenaza terrorista se cernía sobre todo en aquel que participase de alguna manera en la vida pública. Y que los de segunda y tercera división tenían la amenaza de los cócteles molotov y los de primera tenían la de la bomba.
–¿Y usted tenía miedo porque también veía las pintadas...?
–Cambia la perspectiva radicalmente el día en que nos echan los cócteles. Uno se resiste a pensar que pueda pasar algo tan terrible, pero ves que la amenaza es real.
–¿La mañana del 7 de mayo estaba en casa, escuchó algo?
–Esa mañana yo estaba en la cama, estaba dormido y me despertó algo, unos ruidos fuertes... Me despertaron los cuatro disparos que mataron a mi padre. Luego ya tengo una nebulosa...
–¿Recuerda qué hizo?
–Bajé a la calle en algún momento, pero luego ya no recuerdo otra cosa. Recuerdo retazos. El shock te hace... Pero sí, me despertaron los disparos.
–¿Pensó que podía ser su aita?
–Sinceramente, no me acuerdo bien... Sí que vi que se estaba acercando gente e instintivamente piensas: 'Aquí ha pasado algo'. Entonces bajé y...
–Usted tenía 22 años, ¿cómo hizo para tirar hacia delante tras los primeros días de incredulidad, dolor y tristeza infinita?
–Estuve bloqueado durante bastante tiempo, mucho tiempo. Y el pilar fundamental en mi caso fueron la familia y los amigos. Claramente. En cualquier duelo digamos normal, la pérdida de alguien ya es dura de por sí, pero a eso le tienes que añadir que el ambiente del pueblo ya era asfixiante, los atentados eran constantes, era todo un... Hicimos lo que pudimos para salir medianamente cuerdos.
–Su ama, Mari Paz Artolazabal, ha sido todos estos años un pilar fundamental. ¿Se unieron más, si cabe, junto con su hermana Aitziber para aprender a soportar el dolor y la ausencia?
–Para nosotros nuestra madre es un referente tanto personal como moral. Y no solo para nosotros, debería serlo para toda la sociedad vasca. Y tal y como he dicho de mi padre, ahí está la biografía para demostrarlo. Fue fundadora de la ikastola de Andoain y un referente también de la resistencia contra el terrorismo. Digamos que la biografía nos avala.
–Siguieron viviendo en Andoain, no se marcharon.
–Es parte de nuestra vida, de nuestro paisaje. Lo mataron debajo de nuestra casa, pasamos todos los días por aquí y es inevitable acordarse siempre. Mi madre sigue viviendo en el mismo sitio. Digamos que está integrado en nuestra vida.
–¿Para un joven de su edad qué fue lo más difícil de seguir viviendo en el pueblo? ¿Sintió rechazo, esas caras que se giraban para evitar el saludo...?
–Hubo de todo. Nos arroparon mucho y hubo mucho rechazo, fueron las dos cosas. Digamos que las miradas de odio banal, vulgar y estúpido estaban ahí, manifiestamente... Pero no me gusta hablar de esto. Prefiero concentrarme en lo positivo, en toda la gente que nos ayudó, aún a riesgo de ser señalados, que es importante decirlo, porque no era una cosa sencilla. La verdad es que estamos muy arropados. Los demás, pues ellos verán.
–ETA ya no existe, pero sigue habiendo asignaturas pendientes. ¿Qué falta 25 años después todavía por hacer, por cumplir, por escuchar de quienes cometieron y apoyaron este horror?
–La izquierda abertzale se debería dejar de una vez de escenificaciones de marketing político. Por mucha pompa que le quieran dar, están vacías de contenido. Deberían decir, de una vez, que todo aquello no tuvo que haber existido nunca y que fue un error político y ético. Todo lo demás son palabras vacías.
–¿Le molesta que una parte de la sociedad se empeñe en pasar página demasiado rápido?
–Eso de 'ya estáis con lo de siempre...'. No es nada agradable. En todas las sociedades que han pasado por situaciones traumáticas ocurre algo muy parecido. No somos nada originales en ese sentido. Pero también te enseña la historia que las heridas que se dejan abiertas siguen interpelando a las sociedades, una generación tras otra.
–Su ama también ha dicho que «no quisiera morirse sin oír algún día» por parte de los terroristas y de los que les apoyaron «que lo que ocurrió no debió haber pasado». ¿Cree que llegará ese momento?
–No. Creo que no. No tienen necesidad política de hacerlo. Mientras no sientan la necesidad táctica de decir algo así, no lo van a hacer. Todos los pasos que han dado han sido estratégicos y ese también lo será. Si electoralmente les va bien... No sienten ninguna necesidad de hacerlo.
–¿Ni siquiera cuando los dirigentes abertzales actuales dejen paso a otros más jóvenes?
–Pero siguen dando mensajes políticos de consumo interno hacía los de siempre. Hay bastantes ejemplos de ello. De cara a la sociedad tienen ese barniz socialdemócrata, pero luego siguen soltando cosas de consumo interno, que parece que nadie se entera. Y algunos sí que nos enteramos de lo que quieren decir camisetas con la frase 'Harro hadi Kantauri itsasoa', que Arnaldo Otegi se pone siempre en ocasiones importantes...
–No es nada optimista.
–No especialmente.
–¿Ha tenido oportunidad de decirles algo alguna vez?
–No, además no creo que nos escuchasen. Les diría que se dejen de historias y que reconozcan que se han equivocado, que es lo más difícil de hacer muchas veces. Tantos años para nada, supongo que será difícil de asumir.
–¿Qué sabe del autor del asesinato y de quienes le acompañaron ese día? ¿Ha sentido la necesidad de interpelarles cara a cara?
–No sé demasiado. No tengo ninguna necesidad de hablar con esa persona ni de decirle nada.
–¿Ni de hacer como otros familiares de asesinados que han mantenido encuentros con alguno de ellos?
–Conocí a Ibon Etxezarreta en Legorreta y he conocido a más gente también, pero no es lo mismo. Los que mataron a mi padre no se han arrepentido.
–¿Ha podido hablar con ellos? ¿Cómo se ha sentido?
–Es una sensación extraña, pero creo que es muy importante que hayan hecho ese camino, es algo verdaderamente deslegitimador. Ojalá hubieran sido los que mataron a mi padre.
–¿Hay riesgo de que la verdad de lo ocurrido quede desdibujada en el relato de la historia de este país?
–El tema del relato es espinoso, desde muchas perspectivas. Lo que nos hace falta es más historia y menos memoria. Es decir, la historia como descripción de todo lo que ha pasado, de todo. Porque la memoria es una reconstrucción, sobre todo cuando se quiere una memoria compartida y eso es un acuerdo sobre lo que tenemos que olvidar. Yo creo que es más importante la historia, el registro de todo lo que ha pasado.
–Tiene dos hijas que ya empiezan a preguntar, ¿les ha contado qué le pasó al aitona José Luis? ¿Cómo se cuenta algo así?
–Es complicado. Cuando la mayor nos empezó a preguntar, porque intuía que algo pasaba, que no se lo habían contado del todo, a mí me costó un poco porque se te cae el alma a los pies. Pero le dijimos la verdad de una forma que ella lo pudiese entender y sin transmitir ningún odio ni nada de eso. Nos han arrebatado que pudiesen conocer a su abuelo y que él las pudiese conocer a ellas. Se hubiesen divertido mucho.
–¿Qué debe hacer la sociedad vasca para mantener viva la memoria de tantas víctimas?
–Es difícil de responder. El hecho de que nosotros sigamos aquí es un poco el recordatorio de lo que pasó. Mientras sigamos aquí, eso estará. ¿Qué debe hacer la sociedad? A mí lo que no me gustaría es que se diluyese en esta cosa de una responsabilidad colectiva, porque si somos todos culpables, nadie lo es. Eso sería lo peor que podría ocurrir.
–¿En todo este recorrido para avanzar en la construcción de la convivencia, cuál cree que debe ser el papel de las familias de los asesinados, que son muchas y muy diversas?
–Y con una diversidad ideológica, también. Se debería resaltar que nosotros no hemos hecho nada para romper la convivencia de este país, más bien al contrario. En todo caso, serán aquellos que han roto la convivencia del país los que tengan que hacer algo.
–¿Qué debe permanecer del legado de José Luis López de Lacalle?
–Ese compromiso inquebrantable con las libertades de todos y el rechazo al terrorismo como estrategia y arma política. En ese sentido hay una anécdota muy significativa de su vida y poco conocida. Cuando a mi padre lo detuvieron y lo encarcelaron en 1966 fue brutalmente torturado por Melitón Manzanas. Y cuando mataron a Manzanas en el 68 él seguía en la cárcel –salió en el 71– y hubo mucha gente que se alegró de aquel asesinato –de ETA–. Mi padre, sin embargo, manifestó enérgicamente su rechazo hacia el asesinato y eso que había sido brutalmente torturado por ese monstruo. Consideraba que no se puede responder al terror con terror y que hay que romper el círculo vicioso de la violencia, porque sino no hay forma de salir. Y eso es un legado muy importante.
La imagen del cuerpo yaciente de José Luis López de Lacalle junto a su paraguas rojo abierto boca arriba en el suelo se convirtió desde aquel 7 de mayo de 2000 en uno de los símbolos del horror, de la cruda ausencia de tantas víctimas del terrorismo etarra. Eran las 9.30 de la mañana y había empezado a llover, cuando el articulista de El Mundo regresaba a su casa después de comprar, como cada domingo, más de media docena de periódicos que llevaba en dos bolsas de plástico. Se disponía a entrar en el portal cuando se topó con el etarra José Ignacio Guridi Lasa, miembro del comando Totto, que le disparó dos tiros en el pecho y, tras caer desplomado en el suelo, le remató con otros dos en la nuca. La Audiencia Nacional le condenó en 2002 a 30 años de prisión. De Lacalle había sufrido amenazas con pintadas y pasquines y en febrero de 2000 su casa fue atacada con cócteles molotov. ETA ya había intentado matarlo en otras tres ocasiones. El día del atentado, los miembros del comando se dirigieron temprano a Andoain y permanecieron en actitud vigilante cerca del portal esperando que saliese sobre las 9.30 horas, tal y como habían observado durante el tiempo que duró la vigilancia. Pero esa mañana y a esa misma hora, el periodista, en vez de salir de casa, se dirigía hacia su domicilio. Guridi Lasa se acercó a él para asegurarse de que se trataba de De Lacalle y al aproximarse a su portal le disparó a corta distancia. Asier Arzalluz vigilaba y Aitor Agirrebarrena les esperaba en el interior de una furgoneta para huir del lugar. Ambos fueron condenados a 30 años de cárcel. Xabier García Gaztelu, 'Txapote', también cumple prisión por organizar y ordenar este asesinato.
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