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Una visita a Torreciudad, el santuario del Opus Dei intervenido por el Papa
Paz y discordia. ·
En el recorrido por el lugar de culto oscense, creado por el Opus Dei en los años 70, uno se encuentra con miembros de la Obra y también con algún ateoComo si fuera uno de esos misterios insondables que ocupan a los teólogos, Torreciudad es a la vez un espacio de paz y de discordia. ... Lo de la paz queda claro en cuanto se llega allí: el santuario, creado por el Opus Dei en la primera mitad de los 70, se alza en un paraje muy hermoso de la comarca oscense de Ribagorza, envuelto en las aguas verdísimas del embalse de El Grado y con vistas sobre la ermita original de la Virgen de Torreciudad, un edificio encantador que serviría como escenario para películas de fantasía. En la gran explanada reina un silencio casi absoluto, roto solo por algún abejorro impertinente y, claro, por los preceptivos toques de campana. El efecto se refuerza porque, a mediodía de este viernes, allí no había prácticamente nadie: a diferencia de otros días de autobuses y excursiones, o de la fiesta mariana de ayer sábado, los visitantes iban apareciendo con cuentagotas.
Lo de la discordia resulta más complicado de explicar. El santuario es objeto de un largo conflicto entre el Opus Dei y la diócesis de Barbastro-Monzón, que se ha ido enconando con el tiempo: esta semana, el Vaticano ha dado el paso insólito de nombrar un comisario pontificio, el arzobispo Alejandro Arellano, para decidir sobre el futuro de lo que la Santa Sede denomina «oratorio semipúblico». Esa etiqueta es uno de los motivos de discrepancia, pero también existe un desencuentro económico: en su momento, el obispado cedió la ermita y la talla románica de la Virgen al Opus Dei, a cambio de un pago simbólico anual que no llega a veinte euros, pero ha planteado elevar esa suma a medio millón. La Obra ve la cifra desorbitada y esgrime la memoria anual del santuario: con 1,6 millones de gastos y 1,3 millones de ingresos en 2023, las cuentas arrojan un déficit de 258.000 euros. El acceso es gratuito, aunque hay huchas para donativos.

«Estás en casa de la Virgen, en casa de María. Deja a sus pies tus preocupaciones», saluda un cartel a la entrada. Al lado, una colección de fotos presenta a algunos grupos que visitaron el santuario el año pasado, desde la comunidad de católicos chinos hasta la asociación de amas de casa de Binéfar, pasando por el grupo de espiritualidad carmelita de Perú o una agencia de viajes indonesia. Y, a los cinco minutos, los periodistas –delatados por la libreta de notas y las cámaras– ya tienen al lado al director de comunicación del recinto, José Alfonso Arregui, que se brinda a resolver dudas. ¿Cuántos de los 200.000 visitantes anuales pertenecen al Opus Dei? «Nosotros distinguimos entre peregrinos, que son el 60%, y visitantes. El peregrino tiene un motivo de fe. El resto no sabemos si tiene fe o no, pero su motivo principal no es la creencia religiosa. De los peregrinos, estarán relacionados con la labor apostólica del Opus Dei alrededor del 60%», aclara. ¿Y ahora qué va a pasar? «Esta situación no se ha producido antes, así que no contamos con una jurisprudencia, digamos. No sé si alguien sabe por dónde pueden ir los tiros».
Arregui conoce de memoria las curiosidades del recinto, que son muchas: las emblemáticas columnas, como setas extravagantes, basadas en la secuencia matemática de Fibonacci; los parterres de plantas autóctonas que parecen huecos por donde asoma el monte; las trece campanas que tocan una octava entera; el órgano de 4.072 tubos; las pilas para el agua bendita que son conchas de un molusco enorme, el taclobo, donadas por una familia de Filipinas... Torreciudad forma parte de una ruta mariana en la que también figuran el Pilar, Lourdes, el santuario andorrano de Meritxell y Montserrat, pero Arregui destaca que no hace falta devoción para sentir un influjo benéfico: «Hay gente que ya ves que no viene a misa, pero a lo mejor se queda quince minutos mirando el horizonte, reflexionando, y ya es un servicio llevar a alguien a darse cuenta de que la vida no es solo comer, beber y otros verbos», sonríe.
El recinto encara la devoción mariana desde ángulos muy distintos. Hay una exposición de más de quinientas imágenes: ahí se puede mirar cara a cara a la Virgen del Quinche ecuatoriana, con su abundante cabellera, o a la Virgen de la Tierra de la Matutina Calma, coreana y de rasgos orientales. Una visitante nicaragüense, Walkiria Carrasco, va rebuscando hasta dar con la Inmaculada Concepción de Managua, para retratarse ante ella. Triunfan unas cintas de colores para escribir problemas y que la Virgen los 'desanude', aunque muchos optan por expresar deseos: «Dinerets, amor, salut», ha reclamado un catalán, en ese orden. Y, ya que estamos, también hay un libro de visitas que la gente aprovecha para lo mismo: «Por el tío Gerardo, que vaya al Cielo», «Salud y fuerza a mi yaya, una luchadora desde joven», «Por España, para que vuelva a su gloria», «Por que Dani me pida salir», se lee en las últimas páginas.
Una buena plaza en el MIR
Los contados visitantes del viernes forman una mezcla curiosa. Gabriel Mesquida, Toni Pagès y Pau González, de Mallorca, Barcelona y Tarragona, son tres alumnos de la Universidad de Navarra que salen de la misa de una y cuarto en la capilla del Sagrado Corazón. Han venido como avanzadilla de la jornada mariana universitaria del sábado y aprovechan el día para estudiar. «Estamos en 'el poblado', una especie de barracones donde se alojaban los obreros que construyeron la presa de El Grado. Venimos a menudo», explica Gabriel, que ejerce de portavoz. ¿Son del Opus Dei? «Sí, los tres». ¿Cómo están viviendo el conflicto con la diócesis? «Yo tengo ganas de que se resuelva cuanto antes y que sirva para unirnos más». Y, si Torreciudad se desligase de la Obra, ¿seguirían viniendo? «Eso es imposible, pero sí que vendríamos. Cuando vine la primera vez, ni mis padres ni yo éramos del Opus Dei», apunta Gabriel, que estudia Medicina y tiene dentro de dos semanas el examen MIR.
–He venido a pedir expresamente a la Virgen una buena plaza.
–¿Y si piden lo mismo muchos de los que se presentan? A lo mejor no puede atenderle...
–Siempre me atiende.
Mariaje Borraz y Juan Pablo Jerez son un matrimonio de Zaragoza acompañado por cinco de sus seis hijos. «Nos hemos quitado de las fiestas del Pilar, hemos ido a Barbastro a mirar tambores para el hijo mayor, que toca en una cofradía, y nos hemos traído unos bocadillos para comer aquí. Intentamos venir una o dos veces al año, menos de lo que nos gustaría», comenta Mariaje. ¿Pertenecen a la Obra? «No, pero la conocemos». ¿Y qué hay de la enrarecida relación con la diócesis? «Me da pena, mucha pena», se duele la zaragozana, como si hablase de una dolorosa fractura familiar.



Pero, sí, también aparecen representantes del otro extremo del espectro, como el francés Jean Lahille, de Tarbes, justo al lado de Lourdes. «Pasábamos por aquí, hemos visto esta inmensidad y hemos tenido que parar. Yo soy totalmente ateo, pero me encantan las iglesias por la tranquilidad y la serenidad, y aquí me ha sorprendido la arquitectura, la sobriedad, las proporciones... Con un estilo totalmente distinto, me ha hecho pensar en los templos cistercienses», desarrolla Jean, y añade en voz más baja: «He leído que esto lo levantó el Opus Dei, ¿no...? No estoy nada de acuerdo con ellos». También la joven barcelonesa Mireia Reina y su novio van camino de otras cosas: «Nosotros, de devoción, más bien cero. Estamos haciendo la ruta de los vinos por el Somontano, así que el plan es comer y beber, pero nos hemos acercado a 'pipear', a curiosear. Esto me recuerda a Montserrat, por este rollo entre económico y religioso», dice.
Los visitantes más avisados no pueden evitar la búsqueda de imágenes de Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, canonizado en 2002. Si el santuario está en Torreciudad, se debe en buena medida a un momento decisivo de su biografía. El niño Josemaría, natural de Barbastro, sufría de lo que entonces llamaban 'alferecías', un mal que unos identifican con la meningitis y otros con convulsiones epilépticas. El médico daba por hecho que iba a morir a las pocas horas, pero su madre lo encomendó a la cercana Virgen de Torreciudad y sanó. Aparte de las estampitas en varios idiomas que se ofrecen en la tienda, al fundador se le reserva un lugar destacado: en un costado de la nave principal del santuario hay una escultura de San Josemaría arrodillado en actitud de oración, orientada hacia el retablo con figuras de alabastro que preside la talla de la Virgen. «Esa es la única imagen suya –confirma el responsable de comunicación–. Nuestro ideal no es ser el santuario del Opus Dei, sino de la Iglesia, igual que Montserrat lo llevan los benedictinos y nadie se hace un lío con eso».
«Por ahí arriba pasa más gente que por todas las iglesias de la diócesis»
Si uno pregunta en los pueblos del entorno, no es difícil toparse con cierto resquemor hacia el Opus Dei por haber trasladado la Virgen de Torreciudad de la ermita de siempre al templo grande: «Yo ni siquiera soy creyente, pero de pequeños íbamos a la ermita en procesión y todo eso desapareció. Se han apropiado de la Virgen y eso me fastidia», se queja una vecina. Pero también hay conciencia de que el santuario da vida a una comarca que la necesita. «Todo lo que sea paso de personal lleva consigo aporte económico. Y el mantenimiento da trabajo a gente de por aquí», resume José Luis Ubiergo en el Café Bar Estanco de El Grado. «El conflicto son cosas entre ellos –añade–. Aquí la iglesia del pueblo la lleva un cura de la Obra, pero por allí arriba pasa más gente que por todas las iglesias de la diócesis. Sin la presa y Torreciudad, en El Grado no sé lo que habría ahora».
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