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Vivan las ficciones. Gracias a las ficciones hay civilización. Verbigracia: la soberanía popular, el contrato social, la igualdad ante la ley, los cursos de sensibilización ... y reeducación vial para recuperar puntos del carné de conducir. Viene bien hacer un curso de sensibilización y reeducación vial de esos para tomarle el pulso a la realidad social y tomar conciencia del peligro que hay ahí afuera. Es que son citas que gustan mucho a ciertos perfiles de conductor, los que presumen, por ejemplo, de que es la cuarta vez que pasan por ahí de lo infractores que son, y eso sin contar en el cómputo los cursos de recuperación total del carné, que van aparte y que también tienen el mismo público fiel. Esta gente, la que suma asistencias persistentes a los eventos formativos viales, debería estar hipersensibilizada y requeterreeducada. Pero qué va.
Vaya cosas que dicen algunos. El 90% son hombres. A veces sueltan sus ocurrencias con muchas risas y celebración, y a veces lo hacen con hondo convencimiento. Que a muchos se les sube al rostro el gesto grave, hierático, de una virgen sedente, cuando sueltan borricadas como las siguientes: he ido mil veces borracho y no me ha pasado nada, y yendo sobrio he tenido muchísimos accidentes; el agua, para las ranas; si tienes un accidente grave la palmas de todas todas, da igual que vayas borracho que no; si vienen mal dadas, lo mismo da que vayas a 20 que a 180; yo a 180 voy más seguro que a 80 porque voy más atento; no es que vaya a 200, es que marca 200, que no es lo mismo por el margen de error; en autopista pongo la velocidad de crucero a 120 y una peli que ya he visto para no tener que estar tan atento a la pantalla.
Ya se intuye que es gente con mucha pericia al volante, cosa normal porque hay alguno que dice conducir desde los 14 años. También es frecuente que muchos estén muy pendientes de lo que se cuece en la red vial y formen parte de grupos en los que se informa al minuto de los emplazamientos donde la Ertzaintza pone sus controles. Están muy al día de este tipo de circunstancias y tienen muchas formas y muy creativas de denominar a los efectivos de la Policía vasca.
A ver, que estamos cayendo en el estereotipo. Hay de todo. En los cursos de sensibilización y reeducación vial lo mismo te encuentras a tolais con certificado, banda, capa y birrete ganados a base de alcoholemias y consumos de drogas, que a sensatísimos viajantes, repartidores, obreros de la construcción, oficinistas, directivos y jubilados que han llegado allí por un par de fallos chorras, de pecaditos. Por ejemplo, hacer un ceda en vez de un stop en un paraje yermo, y por coger el móvil levemente al volante en un trayecto por el pueblo. Zasca, diez puntos menos.
Ya se ve que el paisaje humano es heterogéneo. Pero, asumámoslo, el perfil más llamativo, independientemente de la ocupación de cada cual y de su edad, responde a menudo al estereotipo previsible. El que, después de firmar la asistencia, cuando falta media hora para empezar la clase, a mediodía, pregunta a gritos dónde se puede ir a tomar un cacharro, como chuleándose de su tordez.
La atmósfera general en estos cursos de sensibilización y reeducación vial es de resignación y de poco interés por sensibilizarse y reeducarse. Se asume sin empacho ni disimulo que el curso no es un curso sino una sanción, una pena, un castigo. Y los 260 euros que cuesta, una multa más. Ese precio da derecho a que te den cuatro puntos y un librito que ni se abre. Y al final hay una especie de test que ni hay que aprobar, solo ejecutar durante más de dos horas. Los únicos destellos por el lado de la concienciación son la aparición durante una hora de una víctima de un accidente de tráfico y ciertos intentos del personal docente por lanzar consignas evidentes y consabidas, además de poner algún vídeo de emocionante dramatismo.
Que se llame curso de sensibilización y reeducación a un encuentro que mayormente ni sensibiliza ni reeduca a nadie, ni a los más fieles a la cita, es una de esas ficciones del sistema. Sorprende que a nadie se le ocurra la manera, el mecanismo, la maniobra lectiva, para que esas diez horas baldías puedan tener un poquitín de aprovechamiento, de modo que el último elemento que te quieras encontrar en la carretera no sea alguien que ha hecho un curso de sensibilización y reeducación vial.
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