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Pocos balones son más traicioneros para los porteros que esos que no iban a ninguna parte. Pelotas sin dueño, destinadas a perderse o a salir ... disparadas en el enésimo despeje, pero que acaban llegando al jugador más inesperado en el momento oportuno. Balones que no eran nada pero que se terminan convirtiendo en la ocasión más clara de un partido con poca historia. El del minuto 76 del Alavés-Atlético era uno de esos. Centro desde la derecha de Lino al que no llega Koke tras un escorzo que desconcierta un poco a todos. El balón pasa de largo y se mete en el barullo del área, donde un laberinto de piernas transmite de todo menos la certeza de lo que puede pasar a continuación. Ahí aparece la de Lenglet y el central colchonero consigue colocarla para que el balón vaya hacia la portería. Que pase lo que tenga que pasar, vino a decir su gesto. Era gol.
Pero Sivera dijo que no con una parada antológica clave para que el Alavés diese otro pequeño paso hacia la permanencia. En un duelo de mucho centro del campo pero con acercamientos contados, el portero del Alavés emergió para demostrar que aunque los delanteros son los que se llevan los focos, los guardametas también ganan partidos. Y dan permanencias. El plantel vitoriano cuenta bajo palos con una baza de primer nivel para llegar a buen puerto. De momento, su punto ante el gigante colchonero lleva la firma de sus guantes.
La presencia de Sivera en una temporada inestable para lo que suele ser un cancerbero -con hasta tres periodos diferentes de ausencia y seis encuentros fuera fruto de lesiones y sanciones- refuerza el valor de contar con un referente bajo palos. Un jugador cuya incidencia se puede percibir en la línea de gol, pero también como uno de los capitanes del equipo. Esa combinación de futbolista clave y líder en el vestuario sitúa al alicantino en un honorable escenario. Por eso la grada sufre un poco menos cuando ve a un rival de campanillas merodear una y otra vez su portería. Tiene a uno de los mejores bajo palos.
Aunque el nivel de Sivera ha sido una constante desde el inicio de temporada, las intervenciones del portero también han ayudado a lo largo de las últimas semanas a reforzar la muralla defensiva albiazul. Al fin los cimientos sobre los que se sustenta parecen sólidos. Tras una temporada de infortunios, graves errores individuales y la sensación de que la endeblez había contagiado a todas las piezas, el Alavés vuelve a ser un bloque al que es complicado hacerle gol. Nada más claro que la estadística. Otra portería a cero, la segunda consecutiva, así lo confirma. Por primera vez en todo el curso los albiazules encadenan dos ceros en contra. No sucedía desde abril y mayo del curso pasado.
Otra de las claves de ese desempeño es la buena sintonía que muestra la pareja de centrales. Pocas quinielas estivales situaban a la dupla Mouriñó-Garcés como la elegida para consolidarse en el tramo final del curso. Pero el infortunio de la lesión del intocable Abqar propició la entrada del argentino y el desempeño de ambos ha hecho el resto. Solo llevan dos encuentros juntos, pero se entienden como si llevaran cincuenta. A base de regresar a los básicos de la defensa y con el carácter que contagian a los demás, los pilares de la defensa también sustentan con seguridad la trinchera vitoriana.
El buen momento de ese triángulo ejerce como sustento para que el resto de piezas sumen sus piernas al ejercicio defensivo. Solo así se entienden actuaciones corales como la mostrada contra el Atlético. Los goles pueden dar al Alavés la permanencia, pero todo nacerá de una defensa cada vez más sólida.
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