
Las entrañas de Berlín
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El ensayista getxotarra Ibon Zubiaur explica en su último libro cómo espacios públicos a veces invisibles han modelado la capital alemanaEl adiós de Ibon Zubiaur a Berlín fue propio de los tiempos que corren. En julio de 2021, su casera le echó del piso para ... alquilarlo a mayor precio. Se despidió así del céntrico patio trasero en el que había vivido ocho años y del «espléndido castaño que se hacía notar en septiembre, cuando sus frutos bombardeaban el tejado de uralita de la caseta adyacente». Y volvió a España, donde acaba de publicar 'Adiós a Berlín' (La línea del horizonte), un recorrido personal por la historia de la ciudad y una despedida de lo que fue hasta la invasión de los expatriados y los turistas.
Especialista en la literatura de la República Democrática Alemana (RDA), Zubiaur dio clases en la Universidad de Tubinga de 2003 a 2008 y después dirigió el Instituto Cervantes de Múnich hasta 2013, cuando se mudó a Berlín. En la capital, volcado en la traducción y la escritura, afrontó el reto de tratar de entender una urbe aparentemente «indescifrable».
«Bilbao es una ciudad muy legible. Ves el centro histórico, cómo se ha ido ampliando, cuál es el ensanche y cuáles los barrios del desarrollismo caótico. Berlín no se explica sola. No tiene un centro histórico ni edificios antiguos. Necesitas mucha información de fondo para intentar entenderla», dice el ensayista getxotarra. El centro de Berlín es «un gran espacio vacío», un parque donde hubo un barrio densamente poblado destruido por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando el 16 de diciembre de 2020 la segunda ola del coronavirus cerró Alemania, Zubiaur no tenía museos, bibliotecas, iglesias ni restaurantes adonde ir. «En esos meses la ciudad se me reveló desde una perspectiva nueva, que ponía en valor equipamientos y lugares hasta entonces desatendidos o cuya inaccesibilidad más pesaba», escribe. 'Adiós a Berlín' es un destilado de sus expediciones callejeras, con destino muchas veces a patios y cementerios, y de más de un centenar de lecturas.
Patios como el del Berlín de la extinta RDA en el que vivía fueron durante la industrialización espacios malsanos, sin unos servicios mínimos, con incontables viviendas obreras y talleres ruidosos y hediondos. «Hasta 2011, mi piso era el único de la escalera con cuarto de baño propio», destaca. La norma durante el siglo XIX y buena parte del XX fueron los comunitarios, compartidos a veces por cientos de personas.
Los patios traseros nacieron en la década de 1860 con el plan urbano de James Hobrecht (1825-1902), un ingeniero obsesionado con «no permitir que la ciudad se disgregara en barrios de ricos y pobres y favorecer los usos mixtos». Su Berlín es el de los edificios con unos pisos nobles, otros para las clases más humildes y amplios patios. La sociedad en un bloque, en contraposición con el aislamiento familiar de las actuales urbanizaciones de los suburbios.
Los patios que sobrevivieron a la guerra y a la especulación inmobiliaria en el sector occidental son hoy codiciados oasis gracias a sus jardines y aislamiento. «Yo disfrutaba de toda la centralidad de Berlín sin el ruido del tráfico», recuerda Zubiaur. Cada vez menos berlineses pueden hacerlo. Los alquileres disparados han acabado con esa ciudad.
La estructura radial y las anchas calles también forman parte del legado de Hobrecht, a quien Zubiaur llama «el Cerdá berlinés», en referencia al artífice del ensanche barcelonés. Reducida Berlín a cascotes por la aviación aliada, las autoridades se enfrentaron a una reconstrucción en la que algunos apostaron por una ciudad de nueva planta. «La red de alcantarillado de Hobrecht y la de agua habían quedado intactas, así que, afortunadamente, se decidió preservar la estructura urbana».
En su exploración pandémica, los cementerios fueron para Zubiaur todo un hallazgo. «Berlín no tiene un camposanto central. Tiene 221 cementerios y muchos son parques, lugares de memoria y hasta de celebración de la vida». Los hay parroquiales, militares, de intelectuales, de nacionalidades, políticos… El que más le impresionó fue el de Georgenfriedhof, por «la destrucción, el abandono, los vacíos; pero también cierto vitalismo lúdico e irreverente, el protagonismo de niños y espontáneos, la diversidad, el colorido».
En ese cementerio, al que ha vuelto después, conviven panteones monumentales con tumbas peculiares, como la de un 'skater' -con su monopatín con fotos y pegatinas- y las del «rincón de las lesbianas inaugurado en 2014». Su preferida es la de un músico, repintada con «caracteres entre lúdicos e infantiles» y decorada con elefantes, lechuzas y un Buda. Un vecino mantiene esta y otras tumbas. Las renueva continuamente, como un reflejo de la ciudad «en continua reinvención» que cautiva a Zubiaur.
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