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Los dioses griegos fueron los pioneros de la 'razón woke', que sacrifica el concepto categorialmente cerrado del sexo por el fantásticamente abierto del género. En ... la 'Teogonía' de Hesíodo, Atenea, la diosa de los ojos de lechuza, no nace de un olímpico apareamiento sino de la cabeza de Zeus. Y Hera, cónyuge de este, furiosa de celos por ese acto, se toma la venganza de concebir a Hefesto en simétrica soledad, prescindiendo de la cópula. La relación entre el dogma 'queer', asumido por los neofeminismos, y esa modalidad divina de autoinfidelidad partenogenética, que nos brinda la mitología griega, la establece el filósofo Gabriel Albiac en 'El eclipse del padre' (La Esfera de los Libros), un deslumbrante y lúcido ensayo que tiene la virtud de participar en el actual debate en torno al tótem transgenérico sin entrar al trapo de la gresca ideológicamente sobreactuada del populismo.
Frente al bullicio asambleario, Albiac opone la reflexión distante y un inconmensurable acervo cultural, un apabullante bagaje personal de referencias históricas, filosóficas, literarias, éticas y estéticas que son la mejor respuesta a las banales y frágiles imposturas de las doctrinas antisistema. Frente a la frívola y sectaria demagogia, opone el legado de la Civilización. Aquí ya la controversia no se dirime en términos de izquierda y derecha, de progresismo y conservatismo, sino de humanismo o barbarie; de ignorancia o ilustración.
Uno de los grandes aciertos del libro empieza por la tesis que expone su propio título. Lo que se estaría ocultando con la sustitución del sexo por el género es la intervención escénica del padre en el propio hecho de la paternidad. Este eclipse, que no puede erradicar esa figura seminal y germinal de la vida, sino en todo caso esconderla con un rudimentario juego de focos, el filósofo lo va rastreando en una mirada abierta por la cultura y la contracultura, las artes y el pensamiento occidentales de tal modo que el Edipo de Sófocles se topa y fusiona con un Jim Morrison sumido en un trance incestuoso-parricida en un bar de moda de Los Ángeles, el Whiskey a Go-Go, en un lejano 21 de agosto de 1966.
Cuando Albiac aborda el tema de la modificación genital de menores de edad por la vía de una intervención quirúrgica, recuerda la práctica de la castración de niños que constituyó durante cuatro siglos un negocio próspero en Italia para fabricar voces que alcanzaran los registros que hoy logra una mezzosoprano o un contratenor sin sufrir ninguna amputación. En el libro se nos recuerda cómo a esa aberración de los 'castrati' animó en 1903 el propio Pío X en un documento ('Tra le sollecitudini') en el que descartaba por «incapaces» para el coro litúrgico a las mujeres. La paradoja que desvela Gabriel Albiac en su origina l e imprescindible ensayo es la del actual regreso a una monstruosidad similar a aquella en nombre de las libertades. El caso que mejor explicita esa negación de la sexualidad, que es desprecio por la carnalidad misma, es el de Martine Rothblatt, profeta de un transhumanismo neopuritano que funde Savonarola con Platón y los programas de 'software'.
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