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En el último Sant Jordi de Barcelona me tocó firmar mis novelas al lado de dos políticos: Pablo Iglesias y Miguel Ángel Revilla. Firmaron muchos ... más libros que un escritor que solo sabe escribir literatura. Como comprenderán ustedes me importa un pepino que ellos vendieran muchos más libros que yo. Lo que me pareció digno de mejor causa fue ver el convencimiento que tenían ambos de ser escritores y el convencimiento aún mayor del público que los jaleaba con vítores y muestras de apoyo popular. En la cola de Pablo Iglesias un señor gritó «viva la clase obrera» y todos y todas aplaudieron. Yo eché de menos que en mi escuálida cola de lectores de mis novelas no hubiera aparecido un lector o lectora que dijera «viva Cervantes»; o mejor aún, un pertinente «viva Kafka».
En la caseta en la que coincidí con Revilla estaba la televisión, esa que no presta atención a los escritores pero sí lo hace a políticos amortizados que escriben libros que desde luego no tienen ni el estilo ni la profundidad de los que escribieron Winston Churchill o Manuel Azaña. Ahora a Iglesias y a Revilla les une la misma cruzada contra el Emérito. Revilla pregona en sus apariciones públicas que él vive en un piso de cien metros cuadrados y que su origen familiar es humilde. Dice Revilla que la querella que le ha puesto Juan Carlos I es desproporcionada porque él es solo un español que paga sus impuestos y malvive en un zulo de cien metros cuadrados.
Pero Revilla escribe libros, y sale por la tele pontificando, pontifica sobre el bien y el mal, con esa voz autoritaria, campanuda, eclesiástica. Revilla es vocinglero y populista, un sacristán clásico españolísimo. Y el Emérito es la demostración de que en España la justicia no es igual para todos y que vivimos en una democracia fallida. Revilla es monógamo y el Emérito es (o fue) poliamoroso. Así que en Barcelona los lectores tenían que elegir entre «Viva la clase obrera» de la fila de fans de Pablo Iglesias. O «viva Revilla», el hombre que vino del pueblo y se hizo ejemplo moral gracias a las televisiones españolas y que ahora llora en público, o, ya en la desventura profunda, a los escritores que solo escribimos novelas. No es una lucha proporcionada. Nada es proporcionado en España. Las televisiones no entrevistan a los escritores. Las televisiones eligen a Iglesias, a Revilla, o al Emérito. Y luego llega el día del libro, y quienes firman libros no son los escritores sino los iluminados populistas españoles, que llevan prosperando entre nosotros desde la Edad Media.
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