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Se ha encontrado alguna vez 20 euros olvidados en un bolsillo? ¡Qué ilusión hace! ¿Más o menos que encontrar sitio para aparcar a la primera ... en un lugar abarrotado? Los que no conducen no se hacen una idea del 'subidón' que da toparse inesperadamente con ese hueco, igual que quienes no usan lentillas no conocen el alivio de quitárselas por la noche, ni aquellos a los que no les gusta trasnochar entenderán lo ricos que saben unos macarrones de madrugada tras una noche de juerga. Son los pequeños placeres cotidianos que animan la rutina.
La escritora y creadora de contenido Marta Soliño ha recogido más de doscientos en su 'Libro de los placeres' (Lunwerg). Los arriba mencionados y muchos más: llegar a casa cargada con bolsas y que el ascensor esté en el cero, la bienvenida de nuestro perro cuando abrimos la puerta, tirarnos en el sofá después del trabajo, dormir con las sábanas recién lavadas, el olor a palomitas o a tierra mojada, apoyarse en el lado fresco de la almohada en verano, echar la siesta en la playa, tomar el primer café de la mañana (o el primer sorbo de una cerveza fría si ya es por la tarde), rascarse el tobillo donde aprieta el calcetín, que te rasquen la espalda donde te pica, que salga el arcoíris... ¡Incluso apagar la campana extractora después de un buen rato cocinando!
Usted, lector, tal vez inconscientemente, habrá hecho su listado de cuáles de estas cosas le resultan más placenteras. Y su ranking, probablemente, difiera del mío. Aunque no en algunas cuestiones 'universales'. Porque si a usted y a mí nos hace una ampolla el zapato, quitárnoslo nos proporcionará un alivio de similares dimensiones: ¡enorme! «En la base de la motivación humana está la supervivencia: comer, beber, excretar, dormir y no estar a la intemperie. Y luego están los placeres: los cognitivos y los fisiológicos. Estos últimos, entre los que se encuentra quitarse el zapato que nos roza o estornudar cuando nos pica la nariz, generan un alivio similar a todo el mundo», explica el psicólogo Enrique García Huete. Habla de alivio más que de placer. «El ser humano tiende hacia lo agradable, por eso nos gusta que nos den un masaje. Pero también tiende a eliminar lo desagradable, de ahí que rascarnos nos proporcione un alivio intenso, más placentero que el masaje, porque nos ha quitado un malestar de encima».
La respuesta a cuestiones que no son físicas, difiere, sin embargo, de persona a persona. «Neurotransmisores como la dopamina y las endorfinas nos dan sensación de bienestar a todos, pero no todos respondemos igual. Depende de la reactividad emocional de cada uno, hay gente muy emocionable que disfruta muchísimo (también cuando lo pasa mal lo pasa muy mal) y otras menos emocionables que disfrutan pero con una intensidad mucho menor».
Otra cuestión que determina la respuesta a las situaciones placenteras es la cultura y la educación. «Pongamos que vamos a coger setas. Para el que tiene cultura de comer, es de carácter intenso y le gusta compartir con los demás, ese plan de salir a recoger setas y comerlas luego con la cuadrilla es gloria bendita. Pero para el que no disfruta especialmente a la mesa ni es muy extrovertido, probablemente le deje indiferente. Otro ejemplo: los creyentes van a misa y sienten bienestar, pero no lo siente quien no cree. Igual que para los budistas es placentero meditar».
Más circunstancias que influyen en la respuesta al placer: «Hay personas biológicamente más perseverantes que disfrutarán del camino de estudiar una carrera larga aunque surjan obstáculos y otras más cortoplacistas que se agobiarán con la perspectiva de ir cuatro años a la Universidad porque no están tan acostumbrados a pensar a largo plazo».
– Hay una cuestión que no es biológica, sino cultural, pero que parece generar una respuesta idéntica en la gente: la alegría cuando tu equipo de fútbol gana.
– Esa es una respuesta aprendida del entorno, automatizada. Nuestro equipo mete gol y en milisegundos sentimos euforia. No hay pensamiento que medie, es como cuando un conductor frena ante un semáforo en rojo o cuando alguien ayuda a otro en apuros. No piensa: 'Voy a echarle una mano porque soy altruista'. Son comportamientos aprendidos que salen de forma automática.
En el extremo opuesto, los placeres que 'fabricamos' con «reforzadores». «Pensar en las pequeñas cosas que hacemos puede aumentar el placer. Por ejemplo, si me pongo la corbata y pienso que me la compré en Oxford Street y me acuerdo de lo bien que lo pasé allí, hago placentero un momento rutinario que habría pasado desapercibido».
En el lado oscuro del placer, que también lo hay, están los llamados «placeres opuestos». «El egoísta que se siente bien cuando se aprovecha de otro o el delincuente que halla placer cuando roba y no le pillan».
Marta Soliño lleva 6 años «compartiendo píldoras de felicidad». «Infravaloramos estas cosas y nos centramos en la grandilocuencia. Recibo muchos mensajes dándome las gracias por recordar que hay cosas que nos llenan cada día sin grandes hazañas». Y a ella, ¿qué le 'llena'? «El roce de los pies contra las sábanas, la ducha al llegar de la playa y el primer sorbo de una cerveza fría. Aunque creo que los tres placeres que más consenso generan son: llorar de la risa, las sobremesas eternas y la risa de tu madre».
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